Al asumir este compromiso, las empresas se convierten en actores de primer orden dentro del entorno en el que desarrollan su actividad, y su impacto no sólo consigue crear prosperidad y riqueza entre su círculo más inmediato, sino que alcanza a la sociedad en su conjunto.
De ello se puede colegir que el bienestar de las futuras generaciones va a depender, en una parte no menor, de que los líderes empresariales consigan alcanzar el necesario equilibrio entre crean valor para sus accionistas y, al mismo tiempo, puedan asumir este compromiso ético con la sociedad y coadyuvar en la lucha contra el cambio climático. Este último, según el diplomático Jorge Dezcallar, es uno de los grandes problemas que debe afrontar la humanidad, junto a la pobreza, el hambre y la desigualdad.
Afortunadamente, en nuestro país cada día son más numerosas las empresas que afrontan este importante reto, si bien, en numerosas ocasiones, resulta extremadamente difícil para los empresarios conseguir este doble objetivo de generar los imprescindibles beneficios que aseguren la supervivencia de sus unidades productivas y el mantenimiento de los puestos de trabajo, con sus responsabilidades sociales.
La clase política debe ser muy consciente de esta realidad y del papel nuclear que tiene en estos momentos el mundo empresarial; y no hablamos únicamente de las grandes corporaciones, sino también, obviamente, de las pequeñas y medias empresas que en nuestros país son mayoría y generan el porcentaje más alto de ocupación. En este sentido, la mejor forma de demostrarlo es eliminar trabas y agilizar, al máximo, la burocracia administrativa. En este contexto poscovid, se trata de facilitar a las Pymes el acceso a los fondos europeos de recuperación que les permita afrontar sin demora su imprescindible transformación energética y digital. Sin empresas no hay futuro.