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Lo sé, este artículo tiene un título políticamente incorrecto. Siga leyendo y descubrirá, en todo caso, que no está ante el típico artículo de un libertario o anarcocapitalista promulgando la virtual desaparición de la intervención pública. Trato, simplemente, de llamar la atención sobre un lugar común de las charlas informales: la queja, acentuada en las épocas de liquidación del IRPF, de que se pagan demasiados impuestos.

En primer lugar, para poder enfrentarse a la cuestión, es preciso adquirir una cultura fiscal mínima. Les adelanto que, dada la mirada de tributos que gravan la vida del ciudadano, la complejidad de su regulación y la ausencia de la materia en los estudios obligatorios, la inmensa mayoría de ciudadanos no pasan este primer cribado.

Ya no se trata de saber la diferencia entre impuestos, tasas y contribuciones especiales (tributos si buscamos la terminología que los agrupa), que también, sino de poder responder a cuestiones más prácticas; por ejemplo, si le pregunto cuánto ha pagado de IRPF el año pasado, ¿sabría responderme?
Le adelanto que no se trata de mirar la casilla en la que consta el importe a ingresar o a devolver de la declaración de la renta que presentamos a partir de abril. Este importe es una liquidación con Hacienda, pero usted ya ha hecho muchos pagos a cuenta.

Relacionado con las cantidades ya pagadas que son un gasto deducible para calcular el rendimiento neto del trabajo o de los rendimientos de un autónomo en el IRPF, destacan las cotizaciones a la Seguridad Social. Si el lector es un autónomo, casi con toda seguridad sabrá que paga unos 250 a 500 euros al mes, más o menos. Pero si la pregunta se la hacemos a una persona asalariada, ¿sabe qué importe se le quita de la nómina por este concepto? Yendo algo más allá, ¿sabe que la empresa paga por usted algo más del 23%?

Podría seguir, pero prefiero dejarles mi conclusión: la gran mayoría de contribuyentes no sabe ni qué tipo de tributos acaba pagando a lo largo del año ni, mucho menos, la factura fiscal que estos le suponen. Haga el ejercicio, asesorado por un experto, y la sorpresa será mayúscula. Tras calcular el importe que verdaderamente acaba pagando en tributos y el asombroso porcentaje que dicha factura supone de sus ingresos, se tomará con especial seriedad, como así debe ser, lo que hacen nuestros gestores públicos con «su» dinero. No se trata de evaluar el Estado del Bienestar por el dinero que se gasta, sino por le eficiencia en los servicios que se prestan.

Si verdaderamente «Hacienda somos todos», que no sea solo a la hora de pagar, sino también a la hora de recibir unos servicios públicos de calidad. No se pagan demasiados tributos si el sector público trabaja bien, sin costes innecesarios, ofreciendo a cambio unos servicios públicos que razonablemente llegan a todos, los que pagan la factura fiscal y los que no llegan.

Un país moderno se nutre de los tributos que pagan ciudadanos y empresas, que contribuyen al sostenimiento de un sector público eficiente y transparente. Se pagan los impuestos justos cuando se entiende la factura y quién la sufraga y, lógicamente, el destino que se le da a estos recursos.