Sebastià Sagreras, uno de los negociadores del PP. | Jaume Morey

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La negociación entre PP y Vox está a punto de entrar en el ámbito de lo religioso y casi lo esotérico porque, con un acuerdo programático cerrado, acaba de irrumpir en este juego la fe. Vox quiere tener fe en el PP; quiere tener fe en que los ‘populares' cumplirán lo pactado hace unos días, pero  no es así. Lo dicen los negociadores de Balears en voz baja y ayer lo dijo abiertamente Santiago Abascal: no hay fe en el PP, no hay esperanza en que cumpla los acuerdos firmados y, en consecuencia, por ahora no hay caridad con Marga Prohens, que deberá seguir negociando no se sabe muy bien qué puntos del programa ni qué garantías de que cumplirá con la palabra dada.

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En este terreno casi teológico al que nos ha llevado esta negociación, otro elemento moral se imbrica en lo que está pasando estos días: la humillación. El PP ha tenido que ceder mucho más de lo que quería en un primer momento, nada menos que la Presidència del Parlament, porque lo contrario se consideraba una humillación para Vox. No ha habido humillación y eso significa que, por ahora, los de Abascal han vencido en los dos desafíos que habían planteado. Uno de ellos era la Presidència del Parlament, no un simple puesto en la Mesa; el otro era el cierre de un programa de la acción de gobierno de Prohens.

En esta idea tan de Vox de humillados y vencidos, los de Abascal corren ahora el riesgo de apretar demasiado y que la sensación de humillación se traslade al PP. Prohens puede salirse con la suya y que Vox no está en el Govern por una mera cuestión de equilibrio de cesiones. Aquí vuelve a salir de nuevo el poder territorial de los dos partidos tras las pasadas elecciones. Vox ha vencido en la Comunitat Valenciana y el PP se mantiene por ahora en Murcia. Ese equilibrio inestable en el que han entrado los dos partidos como campaña electoral previa al 23 de julio puede terminar beneficiando también a Prohens: ni Valencia, donde el PP lo ha dado todo, ni Murcia, donde el PP no ha dado nada por ahora. Ni la humillación del PP en Valencia ni la humillación de Vox en Murcia. En Balears, el PP se mueve entre la fe y la esperanza, a ver si hay suerte y Vox tiene caridad.