El presidente ruso, Boris Yeltsin, nombró ayer a Vladimir Putin
primer ministro y favorito del Kremlin para futuro «número uno» de
una Rusia atónita por el vértigo político y sobrecogida por el
miedo a una guerra en el Caúcaso como la de Chechenia. Yeltsin,
quien convocó además elecciones parlamentarias para el 19 de
diciembre próximo, desató así uno de sus habituales terremotos y
provocó sorpresa, desconcierto y la caída del rublo y la Bolsa.
Pero, sobre todo, el presidente ruso desde 1991 precipitó la
polarización del país, cuyos líderes políticos se han alineado en
los últimos meses en dos bloques con mayor nitidez cada día.
«Damos el pistoletazo de salida al maratón electoral», afirmó
Yeltsin, al reconocer que el futuro inmediato «no va a ser un
período fácil y sí de mucha responsabilidad». El movimiento de
ficha del «número uno» del Kremlin coincidió con una creciente
tensión preelectoral y con una rebelión de militantes islámicos en
la república caucásica de Daguestán. Las imágenes de los combates
aparecidas en televisión fueron un doloroso recordatorio para las
familias de los cien mil muertos que hubo en Chechenia, en una
triste y humillante intervención militar del Ejército ruso. Sin
embargo, en su primera rueda de prensa Putin descartó decretar el
estado de excepción, aunque manifestó que sí debería establecerse
algún «régimen especial» en torno a la república secesionista.
«Creo que este tipo de herramientas debe manejarse con mucha
cautela», afirmó el primer ministro en funciones, que se someterá a
la investidura en la Duma (cámara de diputados) el próximo día 16.
El nuevo primer ministro aceptó el cargo y su designación como
«sucesor» y recalcó que será candidato «sin falta» en los comicios
de junio del año 2000. La gran víctima del puñetazo en la mesa de
Yeltsin ayer, según círculos políticos, será eventualmente el
Partido Comunista, que ahora domina la Duma, pero que ha ido
perdiendo seguidores por el fallecimiento de veteranos, mientras
otros se han ido a otros grupos políticos. De confirmarse este
vaticinio, Yeltsin habría conseguido dos de sus tres «obsesiones»,
como aseguran quienes lo conocen bien. La primera fue sepultar a la
Unión Soviética y la segunda se cumpliría con el fin del Partido
Comunista.
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