La explosión que destruyó en la madrugada de ayer un edificio
residencial en Moscú y que causó al menos 32 muertos y 153 heridos
hizo a la Policía redoblar la vigilancia en la capital rusa, por
temor a una ola terrorista. Aunque las primeras versiones hablaban
de una posible fuga de gas, la potencia de la explosión, la
magnitud de los daños y el carácter de las destrucciones obligaron
a las autoridades a investigar la probabilidad de un nuevo atentado
terrorista.
«No se parece a una explosión de gas», afirmó el ministro ruso
de Situaciones de Emergencia, Serguéi Shoigú, tras acudir al lugar
de los hechos, donde dos portales centrales de los seis que tenía
el edificio resultaron arrasados y el inmueble quedó partido en
dos. La explosión, que ocurrió en el barrio de Pechátniki, al
sureste de Moscú, dejó atrapadas entre los escombros a unas 200
personas. Al empezar a caer la noche en Moscú, se habían registrado
32 muertos y 153 heridos, de los que 73 (incluidos 15 niños) fueron
hospitalizados.
Más de 300 efectivos de la Unidad de Rescate del Ministerio de
Situaciones de Emergencia tratan de hallar a más supervivientes
entre los vecinos de la calle Guriánov, la mayoría de los cuales
dormía en el momento de producirse el derrumbe. Los daños en los
inmuebles colindantes, acordonados por las fuerzas de Seguridad,
obligaron a evacuar de sus casas a 1.200 personas, a las que el
Ayuntamiento de la ciudad alojó en residencias provisionales. Todos
los edificios cercanos de un radio de 200 metros resultaron
afectados.
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