El rey Mohamed VI de Marruecos destituyó ayer veinte años de
servicio, al ministro de Estado e Interior, Driss Basri, uno de los
«duros» tradicionales del Gobierno y «mano derecha» de su padre,
Hasán II, fallecido el pasado julio.
Era notorio que las relaciones entre el joven monarca, de 36
años, y veterano ministro del Interior, de 61, nunca habían sido
cordiales, pero muchos se preguntaban hasta ayer si Mohamed VI
sería capaz de desprenderse del hombre que conoce y controla como
nadie los engranajes de la administración del reino. Con su
destitución, se esperan cambios decisivos de cara a la
democratización del país. Nacido en 1938 en Settat, principal
ciudad de la llanura de Chauia, al sur de Casablanca, y licenciado
en Derecho, Basri comenzó su carrera política como comisario
principal de la Seguridad Regional de Rabat, a la sombra del temido
Ahmed Dlimi, discípulo a su vez del general Mohamed Ufkir, que
desapareció en el golpe de Estado fallido de 1972.
Basri fue nombrado jefe de la Dirección General de la Vigilandia
del Territorio (DT) en 1973, tras lo que asumió el cargo de
secretario de Estado de Interior al año siguiente; en marzo de 1979
accedió al Ministerio de Interior, en el Gobierno de Maati Buabid,
cargo que había conservado hasta la fecha sin interrupciones.
Durante toda su carrera, el ahora ex ministro siempre afirmó no
ser un político, sino simplemente un funcionario del Estado «al
servicio de su Majestad», tal y como él mismo aseguraba a la prensa
cuando era preguntado sobre su longevidad en el cargo.
Tras haber sido traicionado por el general Ufkir y por Ahmed
Dlimi, el rey Hasán II convirtió a Basri en su tercer y último
hombre de confianza, haciendo de él una especie de primer ministro
en la sombra, sin cuya aprobación nada podía hacers
Trabajador infatigable, Basri controló durante dos décadas de la
inmensa red de seguridad encargada de velar por la superviviencia
de la monarquía en todo el reino, incluso en las regiones más
apartadas, incluyendo el Sáhara Occidental.
Capaz de arengar a las masas durante horas, Basri llevó el
dosier saharaui con autoritarismo, al igual que todos los asuntos
relacionados con los Derechos Humanos. Lógicamente impopular,
estaba seguro de no poder comportarse de otra forma, y gozaba de
gran aprecio entre sus principales colaboradores.
Las violaciones de los Derechos Humanos que personificó durante
años hicieron fracasar en 1992 la creación del primer «gobierno de
alternancia», cuando los partidos de la oposición se negaron a
compartir el poder con el odiado ministro.
«O él o nosotros», advirtieron en aquel entonces los partidos de
oposición, y el rey decidió mantener a Basri en el Ejecutivo; de
hecho, en la primavera de 1998, el actual primer ministro, el
socialista Abderrahmán Yusufi, se vio obligado a aceptarle como
miembro de su gabinete.
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