Tras once meses de guerra de desgaste, el Kremlin ha apostado por
sacar la mano del avispero, al encargar a los chechenes pro rusos
que acaben con la guerrilla islámica, crecida después de los
últimos golpes a las tropas federales.
El presidente ruso, Vladímir Putin, traspasó los poderes
políticos y policiales en Chechenia al jefe de la administración
provisional de la república rebelde, Ajmed Kadírov, en una clara
señal de que comienza a tomar distancias en el conflicto. Aunque
formalmente el Ejército ruso continúa la campaña, Putin ordenó al
ministro de Defensa, Ígor Serguéyev, «coordinar» sus tácticas con
Kadírov. También ordenó al titular de Interior, Vladímir Rushailo,
transferir las funciones policiales en Chechenia a los hombres de
Kadírov. Los últimos fracasos llevaron a Putin a reprender
severamente a los altos mandos militares por dos veces en menos de
24 horas.
Filtraciones del Kremlin informaron de que, tras cinco ataques
suicidas en cadena el pasado domingo, Putin se encaró con los
generales al frente de la campaña de Chechenia y les espetó: «¿Ha
terminado la guerra o no?». La pregunta aludió a las sucesivas
declaraciones públicas de los jefes militares desde febrero,
afirmando que «la guerra ha terminado» con la victoria de las
tropas rusas. Kadírov, ex muftí (líder espiritual musulmán) de los
chechenos, ha sido catapultado por Putin a la cima del poder en
Chechenia, pese a la desconfianza que suscita en algunos medios
políticos del país.
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