Desmayos de deudos, sirenas de ambulancias, lágrimas y suspiros
desconsolados marcaron las honras fúnebres cuando los familiares de
los 118 tripulantes muertos en el «Kursk» fueron reunidos para
desvelar una placa conmemorativa en la base naval de Vidiáyevo.
«Aquí será erigido un monumento a los submarinistas del K-141
muertos en el océano», dice la inscripción en la lápida, aunque el
comandante adjunto de la Flota del Norte, Vladímir Dobroskóchenko,
dijo a las familias: «El mejor monumento es nuestra memoria».
Después, poco más de la mitad de los más de 400 familiares se
hicieron a la mar en la motonave «Klavdia Yelánskaya» hacia el
lugar donde se hundió el submarino el pasado día 12, a 100
kilómetros de la costa. A la dolorosa travesía organizada por la
Armada no se unieron todos los familiares, pues una parte rechaza
el luto nacional decretado por el Kremlin y exige rescatar los
cuerpos, que pueden tardar semanas o meses en ser recuperados.
Mientras la motonave navegaba por las aguas del Àrtico, Rusia se
agitaba cada vez más con la trágica muerte de sus marinos y el
escándalo nacional por la pasividad oficial. Una inesperada
entrevista televisada del presidente, Vladímir Putin, la noche del
miércoles, sólo añadió más leña al fuego porque, aunque asumió «el
sentimiento de responsabilidad y culpa» por la catástrofe, pasó al
ataque como defensa de su extraña actitud durante el drama.
El presidente fustigó a quienes «contribuyeron a destruir la
Armada, el Ejército y el Estado» en años anteriores, para explicar
por qué Rusia padece estos accidentes y es incapaz de salvar a sus
marinos, pero rechazó las dimisiones que le presentaron tres altos
mandos del Ejército. Atacó especialmente a los llamados
«oligarcas», que han recogido más dinero para ayudar a las familias
de lo que prometió el Estado, y con su actitud logró desatar ayer
las condenas más duras desde el comienzo de la tragedia.
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