La democracia de Estados Unidos vivió esta madrugada las horas más
alocadas e increíbles de su historia con la sucesión de
acontecimientos que han obligado a retrasar el anuncio del
resultado final de las elecciones presidenciales.
El republicano George W. Bush y el demócrata Al Gore tendrán que
esperar todavía unas horas más o quizá días porque la confusión es
total y se desconoce cuánto tiempo se necesitará para hacer un
recuento oficial de los votos. Florida es la manzana de la
discordia porque el resultado entre ambos es favorable a Bush en
unos centenares de votos. Ello obliga, según la ley electoral del
estado, a comenzar automáticamente de nuevo un recuento
pormenorizado para averiguar quién es realmente el ganador.
LaS encuestas habían predicho que la diferencia entre Bush y
Gore era mínima, pero nadie se imaginaba que fuesen unos centenares
de votos sobre casi seis millones de sufragios. Para rizar el rizo,
la noche deparó entre otras las siguientes sorpresas: Gore ganó el
voto popular, venció el candidato muerto de Misuri Melvin Carnahan,
la primera dama Hillary Clinton ganó con holgura y las cadenas de
televisión sufrieron uno de sus mayores bochornos al verse
obligadas a retractarse dos veces.
Primero cuando dieron a Gore como ganador de Florida y después,
y aún más grave, cuando tuvieron que retirar el nombre de Bush como
ganador de las elecciones presidenciales. «Llevo muchos años en
política y les puedo asegurar que nunca había vivido una noche como
ésta», dijo William Daley, el jefe de la campaña de Gore, al
anunciar que esperarán a que se confirmen los datos oficiales. La
sorpresas de la noche comenzaron al anunciar los sondeos de las
cadenas de televisión que Gore era el ganador de Florida. Después
acertaron con Michigan y Pensilvania y el rostro de los seguidores
de Gore se iluminó en Nashville.
Un poco más tarde se retractaron e indicaron que el resultado
era demasiado estrecho como para declarar un ganador en Florida,
hasta que finalmente anunciaron que Bush lo había ganado y que, en
consecuencia, era el nuevo presidente. Gore, todo cortesía, llamó
inmediatamente a Bush y le felicitó por la victoria. Comenzó a
preparar el discurso de la derrota y desde Florida le advirtieron
de que la diferencia era mínima y que obligatoriamente se debía
proceder a un recuento. Otra llamada a Bush, pero en esta ocasión
para retractarse y decirle que no podía reconocer la derrota.
Las elecciones siguen, dijo su jefe de campaña, William Daley,
ante unos sufridos seguidores que aguardaban impacientes en la
plaza. Tras una intensa y frenética campaña, la noche electoral no
podía haber sido más inusitada y sus efectos son ahora difíciles de
prever. Aunque las encuestas ya mostraban una extraordinaria
división en el país, pocos se imaginaban que en las urnas iban a
reflejar de manera tan espectacular la partición del mapa electoral
entre republicanos y demócratas, pero no sólo en los comicios
presidenciales, sino también en las votaciones a las dos cámaras
del Congreso.
En el Senado, la diferencia entre republicanos y demócratas
puede ser de uno o dos escaños y en la Cámara de Representantes de
cuatro o cinco. En la noche electoral se constató también el
castigo que sufrieron algunos congresistas que actuaron de forma
activa en el proceso de destitución («impeachment») del presidente
Bill Clinton. Por ejemplo, a pesar de que el demócrata Albert Gore
trató de desvincularse del presidente a causa de escándalos como el
caso Lewinsky, dos republicanos que fueron fiscales en el juicio
político contra Bill Clinton fueron derrotados en las urnas. El
congresista Jim Rogan perdió su reelección por California y el
también representante republicano Bill McCollum vio frustrado su
intento por convertirse en senador por Florida.
Y todo ello adornado de otro dato sintomático. A pesar de los
3.000 millones de dólares gastados en la campaña electoral y de la
atención inusitada, la abstención volvió a estar en el 50 por
ciento. Es decir, en la más poderosa democracia del mundo la mitad
de los ciudadanos con derecho al voto siguen quedándose en casa sin
ningún interés por depositar su voto.
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