Bielorrusia votó ayer con escasa afluencia de electores y masivos
sufragios en las urnas, datos contradictorios e insólitos en unas
elecciones presidenciales «súper democráticas», según el Gobierno,
y «fraudulentas» para la oposición. La Comisión Electoral Central
anunció que a media tarde de ayer ya había votado más del 70 por
ciento del censo de 7.200.000 personas, pese a que los colegios
estuvieron casi vacíos en gran parte de la jornada.
Grupos cívicos y de oposición denunciaron irregularidades antes,
durante y al final de la jornada electoral, que se inició realmente
el pasado día 4 sin escrutinio alguno, excepto el del régimen. La
«última dictadura estalinista de Europa», como se conoce desde hace
años a este país de 207.000 kilómetros cuadrados de extensión y
diez millones de habitantes, parece así abocada a una agria disputa
sobre la legitimidad de los comicios.
El autócrata presidente Alexandr Lukashenko, antiguo director de
una granja colectiva soviética y con un historial clínico de
enfermo mental, se mostró seguro de su victoria al depositar su
voto y negó la acusación de la oposición de que el resultado estaba
«amañado». Vladímir Gonchárik, candidato opositor consensuado,
tampoco dudó de su triunfo en el caso de que las elecciones «fueran
limpias».
Poco antes de cerrarse la jornada electoral un artefacto de
escasa potencia hizo explosión en el recinto de la embajada de
Estados Unidos en la capital de Bielorrusia. La agencia Interfax
dijo que la deflagración no hirió a nadie. Fuentes oficiales
dijeron que tras la llegada de la policía, se llegó a la conclusión
de que el incidente «no puede considerarse como un ataque
terrorista».
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