«Estoy anonadado, destrozado, es increíble que haya podido ocurrir
una tragedia como ésta». El agente consular de Estados Unidos en
Balears, Bartomeu Bestard, siguió la ola de ataques terroristas a
instituciones y edificios emblemáticos de Nueva York y Washington a
través de las imágenes de la CNN desde un hotel de Bendinat.
«Todavía no he podido contactar con mis superiores en Madrid, pero
ya desde hace meses el Gobierno de Estados Unidos sospechaba que
podía producirse una serie de atentados terroristas a objetivos
vitales», explicó.
«De hecho, hace unos seis meses se desplazaron a Palma unos
inspectores de seguridad para comprobar en qué estado se encontraba
nuestra oficina. A mi despacho podía entrar cualquier persona,
detalle que no les agradó e hicieron instalar cámaras de vídeo y
puertas especiales, herméticas, ya que tenían noticias de que
cualquier entidad vinculada a Estados Unidos podía ser objetivo
terrorista», añadió. Ayer, la sede consular americana en Palma fue
custodiada por agentes de las fuerzas de seguridad siguiendo
instrucciones de la Delegación de Gobierno.
Según Bestard, «estos atentados no son obra de un grupo pequeño
de gente. Al contrario, creo que han participado muchas personas y
muy bien organizadas». El agente consular estadounidense en Palma
no quiso entrar en más detalles «hasta conocer la versión oficial
del gobierno americano», pero adelantó que la embajadora accidental
de EE UU en Madrid, Heder Erdges, tenía previsto desplazarse pasado
mañana, viernes, a Palma. «No sé si tras lo ocurrido mantendrá el
calendario previsto».
La cadena de atentados en Estados Unidos fue seguida con mucha
atención por los ciudadanos de Balears. Bares y restaurantes con
los televisores encendidos registraron una actividad mayor de la
habitual. Los dos aviones lanzados contra las Torres Gemelas, los
dos rascacielos más altos de Nueva York, que son visitados
diariamente por entre 150.000 y 200.000 personas, acapararon la
atención de los palmesanos. Desde que la noticia comenzó a dar la
vuelta al mundo, las calles de Palma ofrecían un aspecto desierto.
La mayoría de la gente permanecía «pegada» a la televisión y la
radio y seguía con estupor las noticias de los atentados en
cadena.
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