Los ataques conjuntos de las Fuerzas Armadas estadounidenses y
británicas lanzados en la noche del domingo contra Afganistán han
desatado un nuevo éxodo de la población civil, que agrava la crisis
humanitaria que vive la zona. Miles de refugiados se aglomeran en
las fronteras con los países vecinos para escapar a la guerra.
Muchos residentes en la capital afgana, Kabul, aprovecharon las
primeras horas del día, tras el levantamiento del toque de queda,
para abandonar la ciudad ante el temor de una nueva oleada de
ataques. Residentes de Kandahar, bastión de la milicia talibán en
el poder y base de su líder supremo, el 'mulá' Mohamed Omar, en el
sur del país, también abandonaron la ciudad hacia la frontera
relativamente próxima de Pakistán.
Los recién llegados se suman a las decenas de miles de
refugiados que se han concentrado en la frontera paquistaní en las
últimas semanas, después de que EE UU comenzara a amenazar con
atacar Afganistán. Simultáneamente a los ataques con misiles de
crucero y bombas guiadas que cayeron sobre Kabul, Kandahar y otras
ciudades del país, aviones de EE UU lanzaron desde el aire 37.000
raciones de alimentos.
Mientras, el Gobierno de Pakistán mantiene cerrada la frontera y
asegura que controla la reacción de los grupos radicales indignados
con los ataques. El presidente Musharraf indicó ayer que su país
«no puede abrir la frontera» a más refugiados afganos cuando ya
tiene cerca de tres millones. «Abrir la frontera con Afganistán
hará que crezca la confrontación entre la población local y los
refugiados», manifestó. Pese a ello, las autoridades calculan que
alrededor de un millón de refugiados podrían atravesar la línea
divisoria a través de los pasos más remotos.
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