El Kremlin encaró ayer con decisión el mayor reto a Rusia del
separatismo chechén y rechazó ceder al chantaje de unos terroristas
que, según el presidente Vladímir Putin, «son los mismos» que
cometieron hace días un atroz atentado en Bali. Pero a las 24 horas
del asalto de un teatro y el secuestro de 700 rehenes, Putin se vio
al mismo tiempo presionado por el emocionado llamamiento de una
carta con tintes desesperados. Los rehenes pidieron «que adopte una
decisión sensata y detenga las acciones militares en Chechenia», la
exigencia del grupo rebelde que irrumpió el miércoles por la noche
en el teatro Dubrovka.
Putin, quien en dos ocasiones durante la jornada proclamó que la
prioridad número uno es «garantizar la seguridad de los rehenes»,
denunció que los asaltantes al teatro de Moscú «son la misma gente»
que ejecutó recientemente los atentados en Bali y Filipinas. El
presidente ruso acusó a las redes terroristas de haber creado una
madeja de destrucción y caos, pero anunció que «no caeremos en la
provocación».
«Moscú, igual que todo el país, es una ciudad abierta, los
criminales nos quieren provocar para establecer el mismo orden (sin
ley) que una vez impusieron en Chechenia», dijo con irónica
firmeza. Pero se puso mucho más serio al afirmar que el asalto se
incubó «en centros terroristas extranjeros». «La primera
información con la que salieron portavoces de los terroristas que
tomaron anoche rehenes en Moscú vino del exterior», lo que
«demuestra una vez más que el acto terrorista se planificó en el
exterior», subrayó.
Putin se multiplicó, se reunió con líderes religiosos
musulmanes, con ministros, con responsables de los servicios de
seguridad y con el alcalde de Moscú, Yuri Luzhkov, entre otros.
También habló telefónicamente con el primer ministro italiano,
Silvio Berlusconi, y con el presidente de Estados Unidos, George W.
Bush, quienes le ofrecieron solidaridad y la ayuda que
necesitara.
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