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BEATRIZ LECUMBERRI-BAGDAD
Lujosas casas aparentemente vacías llenan las calles del barrio Al-Mansur, en el centro de Bagdad, y sus dueños, la mayoría miembros influyentes del partido Baas, bien hicieron las maletas cuando empezó la guerra, bien intentan ocultar su pertenencia a este partido, hoy proscrito. «¿Qué significa ser miembro del partido Baas? Nada en absoluto. Antes todos nos veíamos obligados a serlo, ahora, el régimen acabó y el Baas murió con él», afirma el propietario de una de las mansiones, que no quiere dar su identidad.

Muchos integrantes del Baas que se quedaron en Bagdad niegan hoy su pertenencia al partido por miedo a ser arrestados y temen ser delatados por sus vecinos. La palabra «Baas» provoca miradas huidizas y gestos de miedo entre los ciudadanos. «El partido no era sólo Sadam Husein, también había mucha gente buena y capaz», explica uno de los vecinos del lugar, que dice llamarse Amir y que tras muchos rodeos y varios minutos de conversación confiesa su pertenencia al partido.

Profesor de Química en la universidad de Bagdad, este hombre pertenece al grupo de los miembros del Baas que decidieron permanecer en la capital e intenta volver a su trabajo normalmente. «Todo Irak estaba regido por un sólo partido y quien quería ganar más dinero o tener una bonita casa tenía que unirse a él para conseguirlo. Además, los profesores, intelectuales o importantes hombres de negocios eran obligados a adherirse a la formación por ser ciudadanos de valía», explica.

Según él, pocos miembros eran adeptos convencidos de Sadam. La mayoría rompieron su carné del Baas hace semanas y no tuvieron miedo a volver a sus puestos de trabajo. «Yo hubiera preferido no adherirme al partido y seguir siendo libre pero no fue posible», explica Amir, mientras los miembros de su familia, temerosos ante los últimos coletazos de un régimen ya desaparecido, le instan a no contar nada a la prensa.