«La elección de Wojtyla desbarató aquella concepción e indujo a
muchos polacos a reunirse en torno a los valores que negaba o
rechazaba la dictadura, como la democracia y la libertad.
«Acompañamos al Santo Padre en el silencio», declaró Jacek
Majchrowski, el alcalde de esta antigua capital real de Polonia
donde Karol Wojtyla pasó toda su vida de adulto, desde la Segunda
Guerra Mundial hasta que fue llamado a la Santa Sede.
Desde la implantación del comunismo en 1945 a los polacos se les
había dicho y repetido que todo dependía del régimen y que, fuera
de éste, no había nada de valor.
Desde las huelgas de 1970 traté de convencer a mis compañeros
del astillero de Gdansk de que teníamos que luchar, pero éramos
sólo una decena, porque la gente no veía sentido a una lucha
quijotesca», recordó el ex presidente de Polonia Lech Walesa en una
reciente entrevista concedida a la televisión pública.
«El Papa, cuando nos visitó en 1979, nos dijo que no debíamos
tener miedo y nos convenció, porque cuando vimos que reunió a
millones de personas a su alrededor nos dimos cuenta de que éramos
muchos los que pensábamos como él, que éramos una gran fuerza capaz
de hacer muchos cosas», añadió Walesa.
Catorce meses después de aquella primera peregrinación surgió el
sindicato Solidaridad, la primera organización de masas libre en el
mundo comunista.
El Pontífice condenó con firmeza la ley marcial que implantó el
general Jaruzelski en 1981 y siguió animando a los polacos para que
continuasen la lucha, por la vía pacífica, pero con tesón y
firmeza. «Hablo por vosotros, porque vosotros no podéis hacerlo»,
declaró el Pontífice en 1983, durante su segunda peregrinación, y
exigió a las autoridades comunistas que respetasen el derecho de
los ciudadanos a defender sus ideas.
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