Londres amaneció ayer viernes con una apariencia de normalidad
después de la vorágine vivida la víspera, cuando los atentados
terroristas en tres estaciones del metro y un autobús sumieron a la
ciudad en el caos y la tragedia.
La red del metro funcionaba con relativa normalidad, excepto en las
líneas Circle y Hammersmith & City, donde se encuentran las
tres estaciones afectadas por los atentados: Liverpool Street,
King's Cross y Edgware Road.
Oxford Street, la principal arteria de la capital, recobraba el
pulso tras varias horas dormida, y el aspecto fantasmal del jueves,
con el tráfico cortado y las tiendas cerradas, daba paso a un nuevo
bullicio.
Al menos 50 personas murieron en las explosiones y unas 700
resultaron heridas, de las cuales 22 están en estado grave.
Pero ayer los londinenses retomaban su vida con un sorprendente
estoicismo, haciendo gala de «gran aplomo y coraje», como dijo el
alcalde, Ken Livingstone.
La mayoría de los autobuses cumplía su ruta y las calles que
ayer estaban cortadas volvían a recibir el tráfico.
Livingstone ha cancelado por segunda jornada la tasa de unos
seis euros que pagan los coches para transitar por el centro, a fin
de que los familiares de las víctimas puedan llegar a los
hospitales. Cuando uno sale a la calle, apenas ve indicios de lo
ocurrido.
Los coches circulan, las tiendas están abiertas, la gente camina
con su usual determinación.
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