Mientras, los servicios de emergencias londinenses recibieron un
aluvión de llamadas sobre paquetes sospechosos después de que
pequeñas explosiones golpearon la red de transporte de la capital
británica. «Estamos recibiendo literalmente cientos de llamadas
desde toda la capital. Tenemos que responder a cada una de ellas»,
dijo una portavoz de la policía de Londres.
«Un hombre joven italiano (...) dijo que un hombre estaba
llevando una mochila que de pronto explotó, una explosión menor
pero suficientemente poderosa como para abrir la mochila y el
hombre hizo una exclamación como si algo hubiera salido mal»,
añadió. Las escenas de pánico se repitieron cerca de las estaciones
afectadas y el nerviosismo se apoderó de toda la ciudad, en
especial de los ciudadanos que debían coger el transporte
público.
Parte del distrito financiero cercano a la catedral de San Pablo
era una de las áreas más afectadas por los cordones que tendía la
policía para investigar cada uno de los incidentes. Los negocios en
la Bolsa de Londres no se vieron afectados. Los atentados hicieron
reflexionar a la población británica y a los políticos sobre que el
país podría estar albergando su propia generación de militantes
islámicos, similares a los que han inflingido ataques mortales como
los del 11 de septiembre en Estados Unidos y el 11 de marzo del año
pasado en Madrid.
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