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Refuerzos militares apaciguaron ayer por unas horas el conflicto entre musulmanes uigures y colonos chinos en el oeste del país asiático, mientras las autoridades amenazaban con la pena capital a los responsables de las peores protestas en China en dos décadas.

Los chinos reanudaron por la tarde los linchamientos contra uigures iniciados el martes como venganza por el ataque de un grupo de violentos de esta etnia de origen turcomano, en el que murieron por los menos 156 personas y un millar resultaron heridas.

A lo largo de toda la noche, pudo oirse en Urumqi, la capital de Xinjiang, a decenas de miles de soldados patrullando la ciudad, después de que miles de efectivos procedentes de otras zonas se agregaran a los más de 20.000 desplegados desde el domingo.

El barrio uigur de Urumqi amaneció ayer con establecimientos musulmanes destrozados, cristales rotos y las mezquitas permanecieron cerradas.
«Oí que murió gente cerca de la calle Nanlangpuo, pero no sé cuántos», dijo un uigur. «Teníamos tanto miedo que nos refugiamos en casa. Golpearon a la gente, rodearon a una mujer, eran cientos, la asediaron y persiguieron hasta las afueras del barrio».

La crudeza de las revueltas que vive la región musulmana china es tal que el presidente del país, Hu Jintao, ha regresado de la cumbre del G-8 que se celebra en Italia.