El primer ministro noruego, Jens Stoltenberg, coloca una corona de flores durante los actos conmemorativos de los atentados. | VEGARD GROTT

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La ciudadanía y la clase política noruega defendieron su modelo de sociedad abierta pero reforzada frente al extremismo, en el segundo aniversario de la matanza perpetrada por Anders Behring Breivik, que dejó 77 muertos y un trauma nacional en el próspero país escandinavo.

«No debemos renunciar a los valores contra los que se dirigió el atentado: la diversidad, la solidaridad y una sociedad abierta», dijo el primer ministro, Jens Stoltenberg, al cumplirse hoy dos años del doble ataque cometido en Oslo y en la idílica isla de Utøya.

El país dio una lección al mundo de entereza y coraje cívico frente a la barbarie, pero también de cómo reaccionar «sin ingenuidad» al reforzar los dispositivos de seguridad sin renunciar a la libertad de movimientos, añadió Stoltenberg.

El jefe del Gobierno renovó así el mensaje que viene dando desde la trágica tarde de verano de 2011 en la que el barrio gubernamental de Oslo tembló bajo el estallido de una bomba, a lo que siguió la matanza a tiros en el campamento de las juventudes laboralistas (AUF).

Masacre

Lo que empezó con un atentado de un coche bomba en el centro de Oslo, con ocho muertos, dio paso a la masacre en la isla donde todos los años se reunían adolescentes noruegos, como en su juventud hizo Stoltenberg.

Los motivos del ultraderechista y fundamentalista cristiano Breivik quedaron plasmados en el manifiesto que colgó en internet y que tal vez habría quedado como exponente de los delirios de un loco de no ser por el dolor que provocó en 77 familias rotas, en medio del trauma colectivo.