Los ministros del Interior, Bernard Cazeneuve, y de Educación, Najat Vallaud Belkacem, ya adelantaron a finales de agosto las directivas, pero, no por anunciado, el despliegue consiguió pasar desapercibido.
La reciente oleada de ataques yihadistas, que este verano golpeó Niza y una iglesia de Normandía, ha llevado al Ejecutivo a prestar una atención particular a los 63.600 establecimientos educativos, que se prolongará durante el curso.
La movilización de 3.000 reservistas de la Gendarmería para garantizar una primera jornada sin incidentes forma parte de un plan que incluye patrullas móviles capaces de dispersar aglomeraciones o fijar perímetros de seguridad en caso de que fuera necesario.
Las nuevas medidas contemplan también tres «ejercicios de seguridad» al año, incluido un simulacro de atentado en el que un terrorista penetraría en la escuela, junto con la formación de alumnos en «acciones que salvan» y una mayor vigilancia de señales de radicalización.
Algún colegio ha llegado a instalar arcos de seguridad por los que se accede con una acreditación nominal y otros han reforzado el sistema de vídeovigilancia o instalado cristales opacos en las clases de las plantas bajas, reformas para las que el Gobierno ha desbloqueado un fondo adicional de 50 millones de euros.
Niza, que sufrió un atentado yihadista el pasado 14 de julio, ha sido una de las ciudades con medidas más estrictas, como prohibir a los padres acompañar a los niños a las clases y dotar de botones «antipánico» a guardianes y directores de colegio para avisar a la policía de inmediato.
Los profesores, según recuerda el digital «Normadie.actu», son objetivos prioritarios de la organización terrorista Estado Islámico (EI), que en noviembre instó matar a los funcionarios de la Educación Nacional, «enemigos de Alá» que «enseñan el laicismo» y están «en guerra abierta contra la familia musulmana».
«Más vale prevenir que curar», afirmaba este jueves una de las muchas madres que acompañaron a sus hijos hasta las puertas de los centros, en cuyos patios se dio el habitual escenario de nerviosismo, risas y llantos entre los más pequeños.
Comenzado el curso, el último del mandato del presidente, el socialista François Hollande, los alumnos se van a encontrar además con un nuevo programa.
Las huelgas entre el personal docente y las protestas de algunos sindicatos no consiguieron frenar este año unos cambios que sus detractores, tanto en la oposición como en el sector educativo, critican por reducir el número de horas de latín y griego o por definir por ciclos, y no por años escolares, los programas.
Aunque Vallaud Belkacem se ha mostrado contenta porque la reforma no sea «el apocalipsis anunciado», el SNES, principal sindicato de la enseñanza secundaria, ha convocado ya una huelga para este próximo 8 de septiembre en su contra.
«Esta 'rentrée' no es como las otras porque sabemos en qué contexto nos hemos visto obligados a prepararla», dijo hoy Hollande en una visita a una escuela en Orléans.
Allí, avanzó que todavía hay que reforzar «cierto número de cambios», en concreto los destinados a garantizar una mejor transición entre el colegio y la enseñanza superior.
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