Vayamos por partes. Turquía, como Rusia, acumula tierra en dos continentes distintos, Asia y Europa. También es miembro de la OTAN, la alianza militar en la que Estados Unidos acabó por enrolar a casi todo Occidente, incluidos antiguos territorios de la órbita soviética, y lo es desde bastante antes de que lo fuera España. En concreto, los turcos forman parte de la alianza del Tratado Atlántico Norte desde 1952. Los herederos de Atatürk se han esforzado desde entonces en acercarse a las potencias europeas e incluso se han abordado negociaciones para la entrada del país en la Unión Europea como Estado miembro.
De la Europa comunitaria el régimen turco obtiene importantes sumas de dinero por establecer un férreo control fronterizo restrictivo de los flujos que proceden de Siria e Irak, una zona en conflicto que en los últimos años ha enviado a millones de refugiados a las puertas de Europa. Los acuerdos entre los Ventisiete y Turquía son claros. A cambio de mareantes sumas económicas Turquía mantiene dentro de sus fronteras a aquellos que sueñan con dar el salto al Viejo Continente y arrancar así una vida mejor.
Del mismo modo que Ankara ha establecido con Europa una interlocución ágil, mantiene a su vez con distintos Estados de Asia central unas relaciones fluidas, Estados con los que les acercan nexos étnicos y que formaban parte de la URSS hasta su caída. En efecto la Rusia soviética tenía con Turquía relaciones de relativa vecindad. Hoy, treinta años después del desmoronamiento soviético, Turquía y la Federación rusa han colaborado sobre el tapete internacional, codo a codo, en pro de intereses comunes.
Por ejemplo, recientemente en Oriente Medio, Rusia ha apoyado el régimen presidencial sirio con fuego real y a gran escala, un fuego que en ocasiones coincidía con el turco, en su carrera particular por acorralar a los combatientes del PKK, el Partido de los Trabajadores kurdo, intrincados en el complejo crisol sirio de confesiones, facciones, filias y fobias.
Asimismo, Rusia y Turquía han establecido con el tiempo vías de colaboración comercial y energética que han acercado aún más sus posturas, y con Ucrania a Ankara le une la cercanía de sus respectivas aguas soberanas en el mar Negro. Por todas estas razones Turquía ha sido y es el actor de la política internacional mejor posicionado para trabajar activamente por el alto el fuego entre ambas partes en liza.
Curiosamente, existe desacuerdo hasta en la agenda. El Kremlin ha expresado este lunes dudas de que la nueva ronda de negociaciones ruso-ucranianas, esta vez en Estambul, comience antes del martes como algunos habían anunciado, porque «hoy, efectivamente, las delegaciones se dirigen a Turquía. Esperamos que mañana pueda ocurrir [el encuentro]» dijo el portavoz de la Presidencia rusa, Dmitri Peskov, en su rueda de prensa telefónica diaria. «El propio hecho de que haya decisión de continuar las negociaciones de manera presencial es, sin duda, importante» agregó.
Hasta ahora, Moscú y Kiev han negociado de forma presencial en tres ocasiones -el 28 de febrero, el 2 de marzo y el 7 de marzo- en territorio bielorruso, en tanto que el día 10 se reunieron en Antalya los ministros de Exteriores de Rusia y Ucrania, Serguéi Lavrov y Dmitro Kuleba, respectivamente. Desde entonces las negociaciones se producen prácticamente a diario en formato de videoconferencia a nivel de las dos delegaciones y de grupos de trabajo.
El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, que intenta mediar entre las partes, afirmó el viernes que en las negociaciones entre Kiev y Moscú se puede decir que hay acuerdos sobre algunos temas, en concreto en cuatro de seis puntos. Entre estos citó la renuncia de Ucrania a adherirse a la OTAN, el reconocimiento del ruso como idioma cooficial, así como concesiones con respecto a la desmilitarización y la seguridad colectiva, que según Putin sustentan su operación militar y los diez millones de desplazados que ha causado hasta la fecha.
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