«Llegaron funcionarios rusos al hospital de Jerson donde trabajaba en la cocina y nos dijeron que nuestra ciudad pertenecería a Rusia para siempre y que teníamos que adaptarnos a las nuevas normas», recuerda Luda mientras se fuma un cigarrillo en el patio de la organización humanitaria «Casa de la Hospitalidad» en Odesa, en la que trabaja como voluntaria desde setiembre.
Había aguantado seis meses de ocupación rusa y ese día decidió marcharse con su hijo de 9 años. Sin trabajo y sin casa y con la familia desperdigada por diferentes zonas de Ucrania, llegó a Odesa, la tercera ciudad ucraniana más habitada, y le ayudaron a instalarse y a sobrevivir con ayuda humanitaria. Es consciente de que tendrá que vivir mucho tiempo en Odesa, pero se muestra optimista: «Celebraré el año nuevo en Jerson aunque sea a oscuras y después tendré que regresar de nuevo a aquí porque las condiciones humanitarias allí son terribles».
La mujer forma parte de los más de cincuenta voluntarios que cada día de la semana desde el 26 de marzo, excepto los domingos, distribuyen ayuda humanitaria a más de 450 personas desplazadas de las zonas ocupadas o arrasadas por los combates. «Cada desplazado que tenemos registrado recibe un caja con alimentos cada quince días, más material higiénico, mantas e incluso juegos de platos y vasos si los necesitan», cuenta Oxona, una voluntaria de 28 años, mientras muestra los diferentes espacios donde está almacenada toda la ayuda humanitaria «recibida en su totalidad de donaciones».
Más de 38.000 familias han recogido un millón de kilogramos de ayuda humanitaria, 55.000 kilos de productos de higiene personal y casi 500 kilos de medicinas en ocho meses en la «Casa de la Hospitalidad». «Nuestra preocupación máxima ahora mismo es la llegada de evacuados de la región de Jerson tal como ya nos han informado las autoridades a medida que bajen las temperaturas», comenta Oxona, que estudió dos años turismo en Barcelona. Unos 75.000 habitantes de los 300.000 que vivían antes de la guerra siguen sobreviviendo en condiciones muy duras en Jerson tras la retirada de los rusos.
Las autoridades ucranianas han recomendado la evacuación de Jerson de familias con niños pequeños, ancianos y discapacitados para evitar enfrentarse a un duro invierno bajo los bombardeos de los rusos y la falta de garantía de los servicios mínimos tras los sabotajes realizados por los ocupantes antes de abandonar la ciudad el 11 de noviembre.
La ministra para la Reintegración de los Territorios Temporalmente Ocupados de Ucrania aseguró que el gobierno ofrece la evacuación a Mykolaiv y Odesa, además de otras ciudades del oeste del país, y que se encargaría de proveer a los refugiados de alojamiento, ayuda humanitaria como ropa y mantas, alimentos y asistencia médica.
En los pasillos y en el patio central de las instalaciones hay almacenadas toneladas de paquetes de arroz y pasta italiana, harina portuguesa, maíz rumano, salchichas alemanas envasadas en botes de cristal. Varios trabajadores llenan grandes bolsas de diferentes productos enlatados o trasladan cajas familiares a la zona de repartición.
Una decena de voluntarios atienden en un despacho a los desplazados que van entrando por orden desde la calle donde espera más de centenar en silencio bajo la amenaza de lluvia. La sala se queda a oscuras de repente. Un nuevo apagón se ha producido en el centro de Odesa. «Hasta hace cinco días los cortes de luz nos impedían trabajar al no tener tampoco internet, pero ya hemos conseguido generadores y en unos minutos podremos continuar», explica Oxona.
La organización humanitaria tuvo que pedir paciencia a los beneficiarios del programa por los apagones que duraban varias horas al día. «Entendemos su descontento, queridos visitantes, pero les recordamos que vivimos en guerra y el enemigo sigue aterrorizando todo nuestro territorio. Esos verdugos sin Dios son culpables de que todos nos convirtamos en rehenes de esta situación. Intentemos adecuarnos a los problemas temporales con comprensión, humor y coraje», se podía leer en un texto en su página de Facebook.
Dima está esperando a que su madre le avise para ayudarla a recoger las bolsas y cajas que va a recibir su familia formada por sus padres, otros dos hermanos y un sobrino. «Huimos en febrero de 2022 tras la entrada de los rusos en nuestra ciudad, estuvimos viajando y viviendo en diferentes zonas del país hasta que el 8 de noviembre, hace dos semanas, llegamos a Odesa y ahora dependemos de la ayuda humanitaria», explica el joven.
Reconoce que vivían muy bien. Su familia tenía 17 quioscos de café alquilados en la ciudad de Severodonetsk, en la región de Lugansk, a 700 kilómetros de Odesa. «Pero hoy está todo destruido, el último hace apenas dos semanas, y el inmueble en el que vivíamos también ha sido muy dañado por los bombardeos», cuenta mientras rebusca imágenes en el móvil que muestran el estado ruinoso de su casa y los locales que un día les perteneció.
Al preguntarle quién destruyó los negocios familiares es muy claro: «Fueron los soldados rusos, pero también participaron algunos vecinos simpatizantes de los ocupantes». La gran mayoría de los habitantes de esta ciudad intermedia son hoy desplazados en diferentes regiones de Ucrania. La llegada de decenas de miles de refugiados a Odesa prevista para los próximos días es esperada con preocupación en una ciudad que se ha salvado dela violencia a gran escala que ha sufrido una gran parte del este de Ucrania. Los desplazados internos han sufrido meses de grandes bombardeos y han tenido en condiciones durísimas escondidos en sótanos de los inmuebles, garajes o refugios temporales.
Olev ha venido con Kaja, su hija de tres años, al edificio de la organización humanitaria. Después de una discusión con el vigilante que controla el turno de entrada en la puerta, es invitado a pasar. Dentro se relaja al ver cómo lo primero que hace una de las voluntarias es regalarle un elefante de peluche a su pequeña. Entre la comida que recibe incluyen alguna ración de comida infantil para la niña que abandona el lugar con una gran sonrisa. En la calle Olev cuenta que es de Mykolaiv y que huyó de allí el 7 de marzo cuando los bombardeos eran impresionantes. Antes de marcharse explica que «no hemos vuelto desde entonces y dudo que lo hagamos ahora porque tenemos miedo de las bombas y en nuestra casa no hay agua ni luz».
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