Destrucción y gran oso de peluche en Bohorodychne. | Gervasio Sánchez

TW
1

En kilómetros no hay vida. Las casas están carbonizadas y muchas ya se han derrumbado. El puente está dinamitado. Los árboles están partidos por la mitad. Hay proyectiles sin explosionar hincados en el asfalto. La iglesia ortodoxa es una montaña de escombros. La cúpula dorada yace desintegrada en trozos entre las ruinas, pero sigue brillando por los efectos de los rayos de sol que se cuelan entre grandes nubarrones.

Una moto inservible está aparcada a la entrada del recinto religioso. Hay bolsas vacías de raciones militares rusas y un casco que parece de la Segunda Guerra Mundial. Encima de un coche calcinado alguien ha puesto un gran oso de peluche. La devastación es total.

El bellísimo pueblo fue atacado por la artillería rusa en junio de 2022 hasta su destrucción total y fue capturado el 17 de agosto por sus fuerzas terrestres. Semanas después se marcharon dejando un pueblo fantasma. Los 800 habitantes han huido muy lejos y difícilmente podrán volver sino reciben ayudas para reconstruir sus casas desde los cimientos. El lugar quedó inservible para siempre.

No hay soldados. Los rusos se retiraron. La estrategia de tierra arrasada tampoco sirvió para consolidar el control territorial. Tampoco hay soldados ucranianos en la zona. A unos kilómetros se escuchan fuertes detonaciones y segundos después se levantan columnas de humo. Es lo más cerca que está la guerra del pueblo fantasma.

Iglesia ortodoxa destruida en Bohorodychne

Durante varios kilómetros la desolación forma parte del paisaje. Varias aldeas están completamente destruidas. Es como si los responsables hubieran ido casa por casa para no dejar una pared en pie. Es difícil de entender tanta destrucción.

Los alrededores de Sviatogirsk también están seriamente dañados. Esta aldea también fue asaltada por las fuerzas rusas en junio pasado y no fue recuperada hasta setiembre, tres meses después.

Antiguo asentamiento religioso, donde se estableció un monasterio hace cuatro siglos posteriormente secularizado y privatizado, volvió a reanudar las actividades hace tres décadas con la llegada de monjes y novicios. Un complejo de estructuras rupestres lo convirtió en uno de los lugares más sagrados y visitados de Ucrania.

La tendera Olga en su puesto callejero en Sviatogirsk.

El enclave está situado en un lugar privilegiado, bordeado por un río y rodeado de grandes bosques de pinos, donde han crecido campings e instalaciones turísticas en los últimos años, hoy completamente destruidos. Lo que fue un importante lugar vacacional es hoy sinónimo de hecatombe.

Noticias relacionadas

El alcalde Volodimir Rivalkin resume cómo es la vida cotidiana desde que se fueron los rusos: «Vivimos y sobrevivimos». Afirma que «sólo quedan 640 habitantes de los casi 5.000 que estaban censados antes de la guerra y casi el 80% de los 9.000 que vivían en las aldeas cercanas también huyeron».

El máximo responsable municipal asegura que «el 75% de las casas han sido destruidas o alcanzadas por los bombardeos y dos aldeas, donde vivían un millar de personas, fueron completamente devastadas», explica.

El alcalde Volodimir Rivalkin ante un edificio destruido en Sviatogirsk.

La posibilidad de que los rusos ocupen de nuevo el lugar le suena «a chiste». «Su ejército anunció que conquistaría la capital Kiev en tres días y tuvieron que retirar sus unidades blindadas a Bielorrusia cuando nuestros soldados empezaron una contraofensiva», comenta. Reconoce que podrían hacer incursiones y permanecer «tres horas o tres días en nuestro pueblo, pero nuestro ejército lo expulsaría rápido porque hoy es más fuerte que el año pasado».

Anatoly huyó cuando los rusos entraron en el pueblo. Regreso cuando supo que había sido recuperado por el ejército ucraniano. «Ojalá los rusos no vuelvan nunca más», explica mientras hace unas compras acompañado de su esposa que no quiere dar su opinión porque «es idéntica a la de mi marido».

Ambos están comprando en un puesto callejero que ha montado Olga en la acera de una de las arterias principales del pueblo, con edificios y un supermercado derrumbados a unos pocos metros. La tendera vende aquellos productos que no entran en las entregas regulares de la ayuda humanitaria que «han evitado que los sobrevivientes se mueran de hambre». Olga sintetiza el sentimiento generalizado de los aldeanos: «Queremos calma, silencio y paz. En definitiva, regresar a la vida normal».

Uno de los pocos espacios turísticos que queda en pie es un restaurante muy bien acondicionado. Tiene una buena señal de internet y, además, las trabajadoras han situado dos cómodos sillones enfrente de una chimenea donde arden troncos de madera y es fácil del ambiente húmedo exterior. Es el único lugar que riñe con la anormalidad y la destrucción que provoca la guerra y parece irreal en medio de tanta desolación.

La ciudad ucraniana de Bajmut estaba este viernes «prácticamente rodeada» por los mercenarios de la empresa privada Wagner, según anunció Yevgeny Prigozhin, el dueño de este ejército paramilitar ruso en un video dirigido al presidente ucraniano, Volodimir Zelesnki. En su alegato pedía al presidente ucraniano que permitiese a sus soldados acorralados retirarse ordenadamente de Bajmut antes de que se quedasen sin suministros o murieran inúltimente.

Este grupo mercenario dirige el estrangulamiento y el asalto de esta localidad estratégica que podría convertirse después de ser ocupada en la punta de lanza de las fuerzas rusas para continuar el avance hacia ciudades mucho más importantes como Kramatorsk y Sloviansk donde viven más de un cuarto millón de habitantes y completar el control total del Dombás.