Los bebés cuatrillizos de Rasmiya Shamali, mujer que logró quedar preñada por fecundación in vitro de su marido Ahmed, preso en Israel que consiguió sacar su esperma clandestinamente. | Efe - Joan Mas Autonell

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En una pequeña casa del barrio humilde de Al Shujaia, en la ciudad de Gaza, reposan los bebés cuatrillizos de Rasmiya Shamali, una mujer que se quedó embarazada de su marido Ahmed, preso palestino en Israel desde hace 15 años que logró sacar su esperma clandestinamente de la cárcel. Esta práctica se ha vuelto más común entre los presos de seguridad palestinos que cumplen largas penas o condenas de cadena perpetua en cárceles israelíes, donde no están autorizadas a visitas conyugales.

Sin embargo, intentan tener hijos de forma poco convencional, buscando maneras de enviar su esperma a sus esposas. Nacidos en mayo, los hijos de Rasmiya y Ahmed Shamali -en prisión desde 2008 y que acabará condena en 2026- encarnan otro caso más de una práctica en el rígido sistema carcelario israelí que se remonta a 2012, cuando hubo «el primer intento exitoso de concebir a un niño con contrabando de esperma», dice a EFE una portavoz del Ministerio de Detenidos de la Autoridad Nacional Palestina (ANP).

Desde entonces, nacieron unos 120 niños a través de la inseminación artificial con esperma sacado a escondidas de unos 70 presos palestinos, un proceso que financia el Ministerio de Detenidos palestino a través de clínicas y laboratorios especializados y ginecólogos que le dan seguimiento. Sin embargo, sortear los controles y sacar cierta cantidad de esperma en buenas condiciones de las cárceles no es tarea fácil. Rasmiya, de 38 años, intentó quedarse embarazada de Ahmed con este método desde 2018.

Dos primeros intentos fracasaron, pero a la tercera vez fue la vencida. En esta ocasión, el semen fue sacado de prisión a través de un compañero recluso de Ahmed que acabó su condena. Tras ello, Rasmiya procedió con la fecundación y con un complejo embarazo de cuatrillizos, tres niños y una niña, llamados Rakan, Rayan, Abdul Rahim y Najah. Nacieron prematuramente en Jerusalén, a los siete meses, y tras pasar más de 45 días en la incubadora, ahora están ya en su casa familiar en Gaza, donde su abuela Najah anhela el momento en que su hijo Ahmed, padre de las criaturas, sea liberado para estar juntos.

«Es una victoria contra la ocupación israelí», así interpreta Najah Shamali, madre de Ahmed, el nacimiento de sus cuatro nietos, que tiene a su cuidado en una calurosa tarde de verano. La familia -también formada por dos hijos de 17 y 15 años que Rasmiya tuvo con Ahmed antes de su entrada en prisión- vive «una situación difícil» ante las penurias económicas de Gaza, y sobrevive solo con la ayuda económica mensual que las autoridades palestinas entregan a los presos y sus familias, «insuficiente para mantener a los niños» o pagar la leche diaria necesaria, lamenta su abuela.

La ley israelí permite la concepción de niños en la cárcel con las visitas conyugales. Estas sí se autorizan a los presos regulares si cumplen con las reglas requeridas, pero no se aplican a los llamados prisioneros de seguridad, sujetos a condiciones más restringidas, concreta a EFE una portavoz del Servicio de Prisiones de Israel.

Actualmente hay unos 4.000 reclusos en esta situación y en general son palestinos encarcelados por razones de trasfondo político, sentenciados generalmente a decenas de años de cárcel o cadena perpetua por condenas de terrorismo. Uno de ellos, conocido entre la opinión pública, es Walid Daqqa, encarcelado desde hace 39 años y que hace tiempo sacó su esperma para que su mujer concibiera un hijo que ahora tiene tres años.

Daqqa, de 61 años, sufre cáncer terminal y cumplió su condena de cadena perpetua por su papel en el asesinato de un soldado israelí hace cuatro décadas, pero en 2017 fue sentenciado a dos años más por ayudar a ingresar teléfonos móviles a prisión de contrabando. Ante su enfermedad avanzada, su familia, grupos de derechos humanos y médicos exigen su liberación inmediata, una solicitud rechazada hasta la fecha por las autoridades israelíes. En su caso, busca pasar sus últimos días en compañía de un hijo del que solo ha tenido conocimiento entre barrotes, como muchos otros presos palestinos que esperan salir de prisión en un futuro para conocer a sus hijos fuera de la cárcel.