Edificios de la Universidad de Al-Aqsa destruidos en el marco de la ofensiva israelí en Gaza. | Reuters - Dawoud Abu Alkas

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El abogado israelí Daniel Seidmann -quien hizo aliá y emigró al país hebreo en 1973 - se describe como un experto en las «dinámicas de la ocupación» israelí en Jerusalén. Pero es además un fiero crítico de Netanyahu y un observador clarividente de un país que considera consumido por la guerra, un Gobierno mesiánico y extremista y una sociedad que, en su mayoría, no reconoce el sufrimiento palestino.

Con motivo del 76º aniversario de la creación del Estado de Israel, Seidmann conversó con EFE en su oficina en Jerusalén sobre su presente y futuro. «Habrá un alto el fuego porque siempre hay uno», dice Seidmann sobre el difuso 'día de después' de la guerra en Gaza, donde en apenas siete meses han muerto más de 35.000 palestinos, más del 70 % mujeres y niños. «Para entonces (Gaza) será un paisaje lunar, devastación absoluta, ¿y después qué? Netanyahu aún no ha respondido a eso», reprocha quien cree que esta guerra se perdió el primer día.

Seidmann se muestra reflexivo, serio, desde hace décadas observa cómo Israel se ha ido transformando, según dice, en algo que ni sus padres ni abuelos -«los fundadores originales»- pensaron que alguna vez sería: una nación racista, en la que la religión invade muchos aspectos de la vida cotidiana y que se ahoga por una «ocupación tóxica» de los territorios palestinos. Una de las consecuencias más visibles de todo ello, según Seidmann, es el creciente ostracismo internacional que afronta el país, convertido en un «Estado paria».

«No es seguro ser visto o identificado como israelí en muchas partes del planeta. No estoy contento con eso. ¿Va a cambiar? Sí, vamos a tener que sudar para cambiarlo, y eso significa, entre otras cosas, vivir de una manera que no sea tan abusiva del derecho internacional ni tan conforme con la ocupación», reflexiona. Solo en la Franja de Gaza, tanto organismos pro derechos humanos como las Naciones Unidas han denunciado «ataques indiscriminados» de Israel contra la población civil, 'domicidio' con alrededor del 70 % de viviendas dañadas, y la muerte de más de 14.000 niños gazatíes.

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En el territorio palestino ocupado de Cisjordania, solo en 2023 murieron más de 520 palestinos, en su mayoría durante redadas militares israelíes, mientras que más de 170 ya han fallecido en lo que va de 2024. «Lo contrario es ingenuo» Seidmann se muestra convencido que solo un alto al fuego en Gaza podrá revertir parte del deterioro democrático que arrastra el país, forzar la salida de Netanyahu y poner sobre la mesa cuestiones relegadas, como la carga del colectivo ultraortodoxo, la restructuración del Ejército y una solución política al conflicto que, dice, debe incluir un Estado palestino. «La única manera de terminar la ocupación es con una frontera. No hay otra manera», dice el abogado, ferviente defensor de la vapuleada solución de los dos Estados y quien considera que ese arreglo será abordado «de forma seria» una vez se alcance una tregua.

Desde hace meses, Israel negocia con Hamás -a través de mediadores de Catar, EE.UU. y Egipto- una segunda tregua para la liberación de más de 100 rehenes de Israel a cambio de presos palestinos. Pero como muchos, Seidmann no duda en señalar a Netanyahu como el primer escollo para alcanzar un acuerdo. «Hay un entendimiento claro de que Netanyahu no pondrá fin a esta guerra», explica Seidmann sobre porqué, en los últimos meses, tanto familiares de los rehenes como manifestantes que piden el fin de su Gobierno se han unido en un mismo movimiento de protesta en las calles.

«El fin de esta guerra es el fin de su carrera política, y el final de su carrera política huele a desinfectante en una celda de prisión», dice en alusión a los tres casos de corrupción que penden sobre «Bibi», apodo popular de Netanyahu. Seidmann reconoce que no hay nadie como Netanyahu, los tentáculos con los que controla los medios y el discurso público; el miedo y el respeto que inflige, su capacidad para sobreponerse y continuar al frente de un país que, en gran medida, le culpa por el ataque «sorpresa» de Hamás contra una divisoria desprotegida.

Opina que solo con su partida Israel podrá sanar, recabar sus aspiraciones democráticas y, ante todo, abordar cómo terminar con una ocupación que, a ojos de Seidmann, constituye el «la mayor amenaza» a su propia supervivencia. «Si hoy eso suena muy ingenuo, yo diría que lo contrario es ingenuo», añade. «Netanyahu dijo que podíamos contenerlo, que podíamos controlar a Hamás, que no necesitamos tratar con la Autoridad Palestina (...) Y las Américas y los europeos, incluidos los españoles, no fueron diferentes: dejar el conflicto en el patio trasero. Darnos el lujo de ignorarlo, contenerlo (...) Estábamos equivocados.»