Edificio residencial destruido en la región de Járkov. | Reuters - Vyacheslav Madiyevskyy

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En medio de un peligro constante los habitantes de Járkov se niegan a ceder al miedo mientras la segunda ciudad más grande de Ucrania resiste a los ataques indiscriminados de Rusia, al tiempo que espera recibir más apoyo de los aliados. Desde hace varios meses, la ciudad de más de un millón de habitantes es objeto de ataques rusos especialmente frecuentes de misiles y bombas aéreas guiadas, mientras los socios occidentales de Ucrania en el extranjero no se ponen de acuerdo para proporcionar las tan necesarias defensas antiaéreas 'Patriot' para Kiev.

Un total 34 personas murieron y 100 resultaron heridas sólo en tres de los ataques más mortíferos del mes pasado, que destruyeron el hipermercado de construcción más grande de la ciudad, una imprenta y una vivienda. Aún así, sus habitantes tratan de seguir con sus vidas, mientras voluntarios civiles apoyan a las víctimas de los ataques y las fuerzas ucranianas luchan a unos 30 kilómetros al noreste para alejar a las fuerzas rusas.

«Tratan de meternos miedo, de hacernos abandonar Járkov. Porque es más fácil capturar una ciudad cuando está vacía», dijo a EFE Viktoria, de 57 años. Junto con su hijo Viktor y otros voluntarios, Viktoria ayuda para conseguir medicinas y productos básicos y apoyar así a los necesitados. También ha contribuido al ayudar limpiar los escombros y a realizar reparaciones de emergencia tras los ataques rusos.

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«Lo más deprimente es ver morir a civiles tan a menudo», sostuvo Viktoria, que aludió así al coste humano de más de dos años de ataques rusos. «Moralmente es muy difícil. En cada ataque con misiles me preocupo mucho. No por mí, sino por todos los que pueden resultar heridos o perder sus casas», planteó. «Los niños lo están pasando especialmente mal», afirmó Viktoria. Asustados, enferman con más frecuencia. Miles de niños asisten a clase en las estaciones de metro reequipadas, pero la mayoría hace años que no va a la escuela, aparte de las clases en línea.

Sin embargo, Viktoria reveló que le motiva para seguir adelante la necesidad de apoyar a personas como una niña de 14 años que cuida de su madre paralítica en medio de los bombardeos. «Nos quedaremos aquí con ellos hasta el final», subrayó. Esperando un apoyo más decidido Viktoria dijo que espera que haya más países representados al más alto nivel en la Cumbre de la Paz que se celebrará en junio en Suiza y que no la traten como una formalidad, con el fin de ejercer más presión sobre Rusia. «Ojalá el mundo hubiera actuado más rápido al comienzo de la invasión para demostrar que Rusia no conseguiría nada en Ucrania», lamentó.

«La debilidad mostrada por nuestros socios se traduce en la muerte de ucranianos», afirmó a EFE su hijo Viktor, de 38 años, frustrado por la lentitud con la que llega la ayuda militar a Ucrania. Él se siente más enfadado que asustado. «Si dicen que son nuestros socios, que actúen como tales», aseveró. Viktor subrayó que, más de dos años después del inicio de la invasión, Ucrania aún no recibió los vitales cazas F-16. Apuntó que Ucrania no puede permitirse esperar mucho tiempo mientras lucha contra un agresor que cuenta con una población mucho mayor.

A su entender, las negociaciones con Rusia no tienen sentido, al menos hasta que Ucrania no sea lo suficientemente fuerte. «Nadie negocia con un perro rabioso porque no deja de morderte», opinó. El permiso para atacar territorio ruso, desde el que Rusia ha lanzado durante meses sus ataques con misiles contra Járkov sin temor a represalias, debe servir para ayudar a proteger la ciudad, afirmaron analistas militares. Según Viktor, Ucrania debe poder atacar también aeródromos y centros de producción militar para asestar un golpe a Rusia y acercarse a la liberación de algunos de los territorios ocupados. Actualmente, Estados Unidos le prohíbe utilizar sus misiles ATACMS de largo alcance para estos fines. «Nos hemos adaptado a los ataques rusos. Pero no debe tratarse como una norma», sostuvo Viktor, pidiendo más urgencia a los aliados de su país.