Imagen aérea del enclave portuario controlado por Moscú en Siria. | Redacción Digital

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La caída del presidente sirio Bachar Al Assad y el fin de la dinastía alauita que instauró su padre hace medio siglo comportan un buen número de derivadas en un estado clave para la estabilidad en Oriente Medio. Pocos aventuraban un éxito de tamañas proporciones cuando hace menos de dos semanas la coalición rebelde yihadista Hayat Tahrir al-Sham emprendió la conquista de Alepo, una de las principales ciudades sirias, desde su feudo de Idlib. Durante la guerra en Siria Rusia fue uno de los grandes valedores del poder de Al Assad. Ahora, con su entente quebrada y los rebeldes en el poder, surgen algunas incógnitas que solo los días se encargarán de despejar.

Este mismo lunes el Kremlin ha afirmado que está pendiente de negociar el futuro de sus bases militares en Siria con las nuevas autoridades del país árabe. En las jornadas precedentes hemos asistido a la evacuación de los sistemas antimisiles de estos enclaves, que por otra parte Moscú dice que defenderá con uñas y dientes. Quizás la más importante desde el punto de vista estratégico es la instalación militar naval rusa de Tartús, la puerta directa de Rusia al Mediterráneo.

La colaboración rusa con el régimen sirio de los Assad empezó hace mucho tiempo, durante la Guerra Fría, cuando la entonces URSS acordó en 1971 utilizar parte del citado puerto como punto de avituallamiento y atraque de barcos del Quinto Escuadrón de la Armada Soviética, tradicionalmente antagonista de la Sexta Flota de los Estados Unidos, radicada en las costas italianas. Ya en el siglo XXI se amplió el catálogo de usos y en 2017, Rusia y Siria firmaron un memorando que preveía ampliar y usar las instalaciones durante 49 años, prorrogables otros 25 años, todo ello previa cesión de la soberanía de la nueva base, personal y material al gobierno ruso.

Las modificaciones técnicas aplicadas tras el nuevo tratado permiten a Rusia mantener hasta once naves de guerra en Tartús, incluyendo las de propulsión nuclear. De hecho, el trasiego por el Mediterráneo occidental de naves rusas al que hemos asistido en ocasiones tenía por destino de forma general este muelle sirio de extrema importancia militar y logística para Rusia, cuya situación geográfica ha permitido entregar armamento y suministros al Ejército Árabe Sirio desde la ciudad de Novorosíisk del mar Negro, en la ruta que se ha conocido como Siria Express desde el 30 de septiembre de 2015. Lo que deparará la nueva situación de Siria para este enclave ruso es todavía difícil de aventurar.

En los últimos años la guerra en Ucrania ha condicionado las capacidades de Rusia para apoyar a su estratégico socio sirio, y esta es con toda probabilidad una de las razones que han impulsado el avance relámpago de los rebeldes sirios comandados por Hayat Tahrir al-Sham, milicia que en el pasado encarnó la faceta local de Al Qaeda y que últimamente ha sido apoyada de forma expresa por Turquía. No hay que olvidar, además, que Ankara es aliada de Estados Unidos en cuanto a cooperación militar y de seguridad en el seno de la OTAN. Por lo tanto, no es descabellado pensar que Washington ha estado al tanto de todos los movimientos y la preparación del golpe definitivo al poder de Al Assad.

El otro elemento ruso en Siria es la base aérea de Jmeimim, conocida en el pasado más reciente como punto intermedio de los vuelos de los mercenarios de Wagner en su camino hacia África, donde esta milicia rusa ha tomado un gran protagonismo en distintos momentos y lugares. En particular Jmeimim es una base aérea utilizada por las Fuerzas Armadas de Rusia y ubicada en al sureste de la gobernación de Latakia. Desde allí los aviones rusos despegaban para bombardear las posiciones rebeldes desde que en agosto de 2015 ambas potencias suscribieran un acuerdo para regular su estatus legal. Asimismo, la base aérea comparte algunas instalaciones con el Aeropuerto Internacional Basel Al-Assad.