Los hechos demuestran una vez más que Sadam Husein no está ni mucho
menos acabado y buena muestra de ello es el incidente que se
registró ayer cuando dos aviones de Estados Unidos respondieron al
ataque de misiles antiaéreos iraquíes. Esta circunstancia ha sido
aprovechada de inmediato por la Casa Blanca, desde donde se afirmó
que la acción militar demuestra que Sadam continúa siendo un
peligro para la zona.
De hecho, el lanzamiento de misiles SAM por parte de Irak no es
más que la afirmación de su decisión de no aceptar la imposición de
ninguna zona de exclusión y de su intención de recuperar el espacio
aéreo propio. Pese al lenguaje estratégico utilizado por ambas
partes, es innegable el hecho de que existe un coste de vidas
humanas en todo este tira y afloja al que pocos parecen darle la
importancia que realmente tiene. Si anteayer el incremento de la
tensión era puramente verbal, ayer se confirmaba que existe un
límite muy tenue y fácilmente traspasable de las palabras a los
hechos, lo que significa que en cualquier momento podemos vernos
abocados de nuevo al cruce de fuegos y a la guerra abierta. Puede
ser cierto que la única solución viable y definitiva para la
pacificación de la zona sea que Sadam no continúe en el poder, pero
ningún Estado puede cometer una injerencia en la soberanía de otro.
Y mientras se mantengan las actuales circunstancias parece más que
dudoso que las actuaciones militares occidentales valgan para
arrojar luz definitiva.
Cierto es que, dadas las demostraciones de altivez de Irak,
algún mecanismo de control debe arbitrarse para evitar que los
esfuerzos de Sadam se dirijan a un crecimiento militar y
armamentístico.
Es una ardua y compleja labor en la que debe intervenir una vez
más la comunidad internacional.
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