El juez Javier Mulet ha decidido dar por extinguida la causa
reabierta por el «caso Calvià», a raíz de unas imputaciones
realizadas por quienes fueron condenados en 1993, al considerar que
ha prescrito el presunto delito de cohecho del que serían
responsables el ex conseller del Govern Francesc Gilet y el que
fuera presidente del PP de Calvià Eduard Vellibre. Sin embargo, en
su escrito dice que «repugna a la ciudadanía la forma torticera e,
incluso, chapucera con la que se intentó el cambio de gobierno en
el Ayuntamiento de Calvià».
Al considerar prescritos los hechos antes de proceder al juicio
oral, siempre quedará la duda de si los dos imputados fueron o no
responsables penales del delito del que se les acusaba. Y la queja
por la enorme tardanza de la Justicia. El intento de soborno se
produjo en 1992; la reapertura del caso, en 1996, y es ahora, en
1999, siete años después de que todo sucediera, cuando se considera
que ha prescrito. Es indudable que esto provoca en los ciudadanos
una extraña sensación y un excesivo alejamiento de los hechos que
han de ser juzgados. Hay que añadir a ello que algunos puntos no
han sido aclarados durante la instrucción, como por ejemplo la
destrucción de algunas pruebas. ¿Se ha hecho justicia? Ésta es la
gran pregunta, pero no hay que olvidar que los ahora enjuiciados no
sólo dimitieron de los cargos que ocupaban, quedando así depuradas
las responsabilidades políticas, sino que también han pagado un
duro precio en lo personal, familiar y profesional a lo largo del
proceso. Quizá no haya sido éste el mejor final para tan lamentable
caso, pero lo cierto es que, salvo que se presente algún recurso,
otro oscuro asunto de la reciente historia de Balears está a punto
de cerrarse. Ojalá que la actual clase política haya aprendido la
lección y las prácticas denunciadas por los jueces de los casos
«Calvià» y «Túnel de Sóller» nunca más se repitan.
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