Dicen que la noticia no es que un perro muerda a un hombre, sino
que un hombre muerda a un perro. En momentos de tragedia no es
bueno recurrir al humor, porque acaba de morir un niño de cuatro
años. Una tragedia espantosa. Que cada cual piense que el niño era
uno de los suyos y tendrá un pálido reflejo de lo que han sufrido y
sufren los padres, especialmente la madre que, llevada de su dolor,
ha acudido a un programa televisivo donde se ventilan sentimientos
íntimos.
Pero si hace años hubo un síndrome de inseguridad ciudadana que
magnificaba una situación realmente delicada, pero no tanto como se
llegó a sentir, ahora el síndrome se da entre quienes sienten
auténtico pánico a los perros. Y comienzan a aflorar innumerables
casos de agresiones por parte de los canes, incluso con
consecuencias graves o que pudieron ser trágicas a no ser porque
medió la suerte u otras circunstancias.
De repente, la situación se ha tornado insostenible y hay una
especie de linchamiento moral para todos aquellos que tienen
perros, algunos de razas absolutamente inofensivas. Evidentemente,
ha aflorado la realidad en toda su crudeza: hay una normativa que
no se cumple, hay escuelas de adiestramiento de canes para que, en
lugar de ser defensivos, sean de ataque, y hay propietarios que
fomentan esta agresividad.
Ayer dábamos la noticia de que un niño fue atacado por dos
perros que atienden por Danger y Atila. No fueron los animales los
que eligieron estos agresivos nombres, sino su dueño, de manera que
esto demuestra que hay que adoptar medidas estrechas y eficaces
para que no se repitan, no ya casos como el trágico de Can
Picafort, sino los no irreversibles; pero hay que tener calma y
sensatez y no linchar ni a perros ni dueños. Sólo aplicar la
legislación y adaptarla a las actuales necesidades.
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