L a situación de la colonia británica de Gibraltar es evidentemente
un anacronismo histórico procedente de unos hechos que están ahí y
que nadie puede negar, eso sí es cierto. Pero esa división
artificial de la roca induce y provoca conflictos como los vividos
por los pescadores de Algeciras y La Línea, en los que la normativa
comunitaria sobre caladeros estuvo por completo ausente. Se dio
además la circunstancia de que el Gobierno español no reconoce a
las autoridades gibraltareñas y, por ello, considera como su único
interlocutor válido al Gobierno de Tony Blair.
La medida adoptada por el Ejecutivo español tras registrarse los
incidentes fue la de restringir el paso por la verja que actúa como
paso fronterizo. En la reunión mantenida ayer por los ministros de
Exteriores español y británico, éste último aseguró que el cierre
de la verja no tiene lugar en una Europa moderna. Es una afirmación
indiscutible ésta, por cuanto el mercado único europeo supone la
caída de las barreras comerciales y la apertura de las
fronteras.
Sin embargo, tampoco le falta razón a Abel Matutes cuando dice
que no puede continuar una economía gibraltareña al amparo de la
española de una forma parasitaria.
Por el momento, los británicos no hablan ni quieren del asunto
de la soberanía, una reivindicación histórica de España. En tanto,
los diferentes Gobiernos habidos desde el inicio de la democracia
en nuestro país siempre han mantenido esta puerta abierta.
Lo que es evidente es que en algún momento deberá hablarse del
asunto, como ya ha sucedido con Hong Kong, pero para entonces los
españoles también deberemos tener claro que existirá la
reivindicación marroquí sobre las ciudades de Ceuta y Melilla.
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