A los padres de Patricia les costaba disimular la tensión
acumulada en los últimos días mientras miraban de reojo la luminosa
pantalla con los horarios de llegada.
Él, Manuel Ballesteros, un poco más nervioso que su esposa,
María Vidal, y no porque hubiera pasado menos miedo, sino porque
fue él que le planteó a Patricia, pocos días antes de que se fuera,
los peligros que podía acarrear su empresa.
En los tres últimos días, según comentaron, el miedo fue dando
paso al orgullo, «ella siempre ha estado luchando por sus ideales y
eso, actualmente, no es muy frecuente». También recordaban, minutos
antes de la llegada del avión, el carácter de Patricia, carácter
que le ha permitido afrontar, «con el apoyo de mucha gente, aunque
en solitario» señalaron, estar pendiente de una decisión judicial
que podría cambiarle la vida.
«En estos días hemos notado que ha madurado mucho. Si la llegan
a expulsar no hubiera podido volver nunca más a Chile. Ella se daba
cuenta de todo pero lo ha afrontado, a pesar de sus 19 años, como
una persona adulta que cree firmemente en lo que está haciendo»
afirmaban expectantes al reloj.
Todavía no se lo llegaban a creer, «hasta que no la tenga aquí,
en mis brazos, no estaré tranquila» comentaba María Vidal, aunque
su padre iba más allá diciendo que no estaría definitivamente
tranquilo «hasta que nuestra hija entre en casa». Respecto a una
posible vuelta al país andino ambos se mostraron tajantes «ella ya
es mayor de edad. Tiene que saber el riesgo que puede volver a
correr. Aunque ella es la que, finalmente, toma sus decisiones y
nosotros la vamos a apoyar».
Pero los malos sueños nunca son infinitos y la pesadilla
concluyó a las diez de la noche. La puerta mecánica se abrió y de
ella surgió una joven sonriente. A simple vista nadie diría que
esta chica, de mirada limpia y franca, ha mantenido en jaque a todo
un país.
Besos y abrazos, y lágrimas. Patricia, que también parecía
cansada, se fundió en un abrazo con sus padres, formando una piña,
mientras los asistentes rompían a aplaudir y alguien desplegaba una
pancarta que rezaba «Siempre con el corazón por delante».
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