Patricia, ayer por la mañana, con sus padres y su hermano, en su casa de Ferreries.

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La nombraron «werken», que significa mensajera. Y ella ha llegado dispuesta a cumplir con su cometido, dispuesta a contarle a todo el que quiera escuchar quiénes son los mapuches y cuál es su situación dentro de Chile.

Ser indio en Sudamérica, a menudo, no es agradable. Ser mapuche o pehuenche en Chile puede ser hasta peligroso. De momento, y en un principio, los mapuches en Chile son calificados por los blancos como mentirosos, vagos y ladrones.

Nada más lejos de la realidad que esta injusta visión. Al menos así lo asegura tajante Patricia: «Ellos viven de la tierra, si no trabajaran no comerían».

Por otra parte, como no tienen gramática escrita y en teoría no pueden hacer contratos, consideran su palabra como algo sagrado, «si alguno de ellos te asegura una cosa se dejará matar antes de incumplirla», señala Toio Pons, presidente del Comité de Solidaridad de los Pueblos de América, organización a la que pertenece la joven menorquina.

La historia de los mapuches tiene todo el argumento de la leyenda de David contra Goliat. Patricia y los miembros del Comité han estado luchando para que el final de esta historia real se asemeje al recogido en la Biblia.

El Estado chileno y Besalco (filial de Endesa) quieren construir una gigantesca presa en el río Bio-Bio. Si el proyecto de Ralco se lleva a cabo los mapuches perderán sus terrenos, terrenos que llevan reivindicando desde hace muchos años.

La presión del Gobierno chileno se traduce a todos los niveles, según aseguran los cooperantes. La ley indígena reconocida por el propio Gobierno señala que sólo un mapuche puede comprar la tierra a otro mapuche. Los blancos tienen que permutarla, que cambiarla por algo.

Pero nada de eso se cumple. Presentan a los indígenas mesas llenas de comida, les invitan a beber vino, y luego «una vez que están borrachos, cuando no saben ni lo que están haciendo les obligan a firmar o a poner su huella en un papel que, por supuesto no entienden pero que les deja sin sus tierras», comenta Patricia.

La joven no sabe cómo terminará este conflicto, pero es optimista. Ella ha estado allí, ha estado retenida por defender a su ñaña, lo ha vivido en primera persona y tiene la seguridad de haber escogido el bando correcto.