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Por suerte o por desgracia, es evidente que Slobodan Milosevic se ha convertido en la piedra de toque del conflicto de los Balcanes. Cualquier iniciativa que guarde relación con su desenlace pasa inevitablemente por el pacto con el dirigente serbio, por su derrocamiento o por su juicio y posterior encarcelamiento. No cabe duda de que Washington y sus aliados deben haber sopesado suficientemente todas las posibilidades -después de la experiencia de Irak, con un Sadam Hussein aún en el poder, esta hipótesis se excluye por sí misma en el caso yugoslavo- a las que tendrán que enfrentarse tras el fin de una guerra que obviamente acabarán ganando. Vayamos por partes. A estas alturas, y constatados los excesos cometidos por Milosevic, no resulta fácil el pensar en la negociación y ya no digamos en el pacto, o el acuerdo. Está claro que a cualquier negociador al que se le encargara sentarse a una mesa con el líder serbio, le supondría un gran esfuerzo el hablar de igual a igual. A Milosevic le falta ya talla moral para considerarle un negociador válido. En cuanto a su posible derrocamiento, a la posibilidad de alentar un levantamiento contra el presidente yugoslavo, no parece sencillo dadas las circunstancias. Para que se tratara de un levantamiento popular, los aliados necesitarían algo que les falta: y es estar en contacto con el pueblo yugoslavo, hoy sometido a los medios de comunicación y la propaganda de Milosevic. Por otra parte, la idea de fomentar una sublevación militar se descartó hace ya tiempo, reconocido el control que Milosevic tiene sobre el ejército. Queda finalmente la tercera posibilidad con sus múltiples variantes. Desde un Milosevic derrotado, capturado y severamente juzgado, hasta la imagen de un Milosevic voluntariamente exiliado, al que en virtud de ello se le ofrece una sentencia suave por sus muchos crímenes. Aunque lo pueda parecer, no se trata de un menú a la carta, sino de lo que es muy probable que seceda. Toda otra vía, nos parece inaceptable.