El problema aéreo ha llegado a traspasar, con exceso, los
límites tolerables. En realidad, es inaceptable que haya una
sucesión de problemas, de forma constante y tan intensa que ya se
hayan convertido en habituales. Que un viajero salga a la hora
concertada, llegue a la prevista y recoja su equipaje en un tiempo
lógico es algo considerado extraordinario, cuando debería ser todo
lo contrario.
La palabra caos ya es tan utilizada que hay que buscar algo más
duro para describir la realidad. Incluso se ha empleado la palabra
motín, para calificar la respuesta indignada de unos viajeros
maltratados de muy diversas maneras. Cuando no son los pilotos, son
los controladores, cuando no el ente Aeropuertos Nacionales, cuando
no la ineficacia o incompetencia de funcionarios públicos o
empleados de empresas privadas del sector, quienes provocan esta
situación.
Lo cierto es que ésta se agrava de forma progresiva, rápida y
parece que imparable, sin que nadie ponga remedio. Los isleños
sentimos más en nuestras carnes los efectos de esta degradada
situación. La única alternativa es la vía marítima, lenta e
insuficiente para resolver nuestra propia y personal situación. No
podemos utilizar ni el ferrocarril ni las autopistas o carreteras
que contribuimos a financiar y mantener.
El costo de nuestra insularidad se agrava con el caos aéreo y
hora es, ya, de que se resuelva por la vía de decisiones rápidas y
fulminantes. Si el ministro del ramo es incapaz de imponer el orden
ni es capaz de dimitir, debe ser destituido. Y los altos cargos,
públicos o privados, que tampoco actúan adecuadamente, deben seguir
el mismo camino. Y debe haber suspensiones de empleo y sueldo,
despidos o jubilaciones, pero esta maquinaria humana no funciona y
hay que cambiarla.
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