TW
0

El problema aéreo ha llegado a traspasar, con exceso, los límites tolerables. En realidad, es inaceptable que haya una sucesión de problemas, de forma constante y tan intensa que ya se hayan convertido en habituales. Que un viajero salga a la hora concertada, llegue a la prevista y recoja su equipaje en un tiempo lógico es algo considerado extraordinario, cuando debería ser todo lo contrario.

La palabra caos ya es tan utilizada que hay que buscar algo más duro para describir la realidad. Incluso se ha empleado la palabra motín, para calificar la respuesta indignada de unos viajeros maltratados de muy diversas maneras. Cuando no son los pilotos, son los controladores, cuando no el ente Aeropuertos Nacionales, cuando no la ineficacia o incompetencia de funcionarios públicos o empleados de empresas privadas del sector, quienes provocan esta situación.

Lo cierto es que ésta se agrava de forma progresiva, rápida y parece que imparable, sin que nadie ponga remedio. Los isleños sentimos más en nuestras carnes los efectos de esta degradada situación. La única alternativa es la vía marítima, lenta e insuficiente para resolver nuestra propia y personal situación. No podemos utilizar ni el ferrocarril ni las autopistas o carreteras que contribuimos a financiar y mantener.

El costo de nuestra insularidad se agrava con el caos aéreo y hora es, ya, de que se resuelva por la vía de decisiones rápidas y fulminantes. Si el ministro del ramo es incapaz de imponer el orden ni es capaz de dimitir, debe ser destituido. Y los altos cargos, públicos o privados, que tampoco actúan adecuadamente, deben seguir el mismo camino. Y debe haber suspensiones de empleo y sueldo, despidos o jubilaciones, pero esta maquinaria humana no funciona y hay que cambiarla.