L a campaña electoral no ha comenzado con un gran despliegue
propagandístico ni publicitario. Por lo menos hay que constatar que
no se advierte, salvo algunos gestos del primer día, una gran
diferencia entre la precampaña en sí misma y la campaña propiamente
dicha. En el tono sí se nota la habitual dureza que, por desgracia,
se intensificará, probablemente, a medida que avancen los días.
Por supuesto que nos referimos a las elecciones municipales y
autonómicas, donde se dirime algo tan sustancial para los políticos
"y para los votantes, aunque no lo parezca", como es el reparto del
poder. El próximo día 13 se decidirá quién preside nuestras tres
instituciones básicas "ayuntamientos, consells y Govern" y, por
tanto, qué políticos y qué partidos se hacen con la mayor parte de
la tarta.
O sea, quiénes tienen mayorías para gobernar, en solitario o
mediante pactos, y, lo que es más, para hacer y administrar los
presupuestos. Esto, y no otra cosa, es el Poder. Pero, el mismo día
y en el mismo acto, tendremos que decidir entre varias listas de
candidatos al Parlamento europeo.
Y eso parece estar aún más verde. Ahora que las palabras Europa
y europeos han ganado terreno sobre las socorridas democracia y
demócratas, pero, por contra, el interés por elegir a nuestros
representantes europeos parece muy débil.
El hecho de que las listas sean de ámbito estatal despista a
muchos electores, que tampoco acaban de hacerse con el juego de
coaliciones de partidos nacionalistas de diferentes ámbitos. Así
que la información y el interés por estas elecciones es
inversamente proporcional a su importancia. De modo que es
necesario difundir la importancia de esta convocatoria donde se
debate el futuro de esta Europa, aún una desconocida para
nosotros.
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