La diplomacia, por fin, puede cerrar el conflicto bélico en los
Balcanes. Lo que Slobodan Milosevic no aceptó en ninguna
negociación, ni siquiera la definitiva de Rambouillet, podría
admitirlo ahora que su país ha sido seriamente castigado por la
OTAN en una guerra que los aliados podrían continuar durante meses
hasta desgastar totalmente a Milosevic y acabar con cualquier
rastro de poder militar de la gran Serbia. El presidente finlandés,
Martii Ahtisaari, y el emisario ruso Viktor Chernomirdin, junto con
otros diplomáticos europeos, tratarán de obtener de Milosevic la
aceptación de las condiciones impuestas por el G-8, uno de los
pocos colectivos en los que se integra Rusia.
Y esto, por lo tanto, puede servir de puente para una salida
diplomática y, consecuentemente, pacífica. La ONU es inoperante ya
que Rusia tiene el derecho a veto, por lo que el Consejo de
Seguridad nunca aprobará una agresión contra Serbia. Ni la OTAN ni
otra organización europea tienen a Rusia como integrante, así que
el Kremlin nunca aceptará una solución en la que no intervenga ni
participe. Las decisiones del G-8, grupo del que Rusia forma parte
como invitado, son la vía de salida para que Yeltsin y Milosevic
salven su imagen.
Pero, por el momento, este último tiene que demostrar, con los
hechos, la veracidad de su aceptación de las condiciones del G-8
porque la OTAN no hará efectivo un alto el fuego hasta la rendición
de Milosevic. Ahora, el hecho de que rusos y finlandeses
intervengan en el proceso es una de las salidas que Milosevic puede
aceptar con cierta dignidad pues es quizás una de las últimas
oportunidades para alcanzar la paz mediante acuerdos, aunque cabe
preguntarse si sería lícito dejar que el genocida y criminal de
guerra perseguido siguiera en libertad y al frente de
Yugoslavia.
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