Los humoristas gráficos de los periódicos suelen resumir la
realidad con una capacidad de síntesis extraordinaria, acierto y,
por supuesto, sentido del humor. De modo que el resumen de lo que
está sucediendo se refleja en una viñeta, aparecida en un periódico
de Barcelona, en la que el conseller de Sanitat asegura, el primer
día, que no hay productos contaminados, el segundo aparece
explicando que de haberlos, haylos, pero muy pocos, y el tercer día
tranquiliza diciendo que la contaminación no es peligrosa.
Entonces, un telespectador le comenta a su esposa que al día
siguiente dirá que la dioxina es buena para la próstata.
Pues no se puede decir más en menos palabras. Lo que ocurre
ahora es que nos bombardean con una serie de declaraciones, todas
tranquilizadoras, por parte de toda clase de instituciones,
delegaciones, servicios y entes públicos, asegurándonos que todo
está bajo control, que nadie corre el menor peligro y que, por
supuesto, no ha de cundir no solamente el pánico, sino siquiera la
alarma y la preocupación.
Se citan análisis y toda clase de laboratorios o departamentos
para garantizar la veracidad de las declaraciones, en tanta
cantidad como aparecen nuevas noticias de productos adulterados y
partidas que se localizan en todas partes. Es la guerra de la
información contra la contaminación.
Así que resulta lógica la desconfianza del ciudadano consumidor
hacia toda clase de productos. Los dedos ya se nos antojan
huéspedes. Y, aunque el bombardeo publicitario, más que
informativo, empieza a generar desconfianza y alarma, bueno sería
que nuestras autoridades sanitarias autonómicas nos explicaran cuál
es la situación en cada isla balear para que sepamos a qué
atenernos en esta cuestión tan importante.
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