La idea de rehabilitar y aprovechar al máximo las muchas
posibilidades que indudablemente tiene el muelle viejo de Palma,
para adaptarlas a diversos fines, algunos de los cuales no son los
inicialmente pensados cuando se construyó, resulta más que
aceptable, elogiable y digna de apoyo. Los nuevos tiempos exigen
nuevas fórmulas y, en especial, la compatibilización de espacios
para usos muy diversos. En la Barcelona preolímpica se proyectaron
dos nuevos espacios marítimo-terrestres como el Port Olímpic y el
Maremàgnum, de los que puede haber tomado ejemplo la idea de un
renovado Moll Vell palmesano.
Sin embargo, convertir un muelle viejo en uno nuevo exige
prudencia y moderación. Y éstas no son, precisamente, virtudes que
adornan los proyectos presentados a concurso que planifican una
ampliación volumétrica que parece excesiva, inadecuada e
insostenible. La fachada del actual muelle viejo de Ciutat es uno
de los conjuntos arquitectónicos más nobles del Mediterráneo. Desde
la catedral, los últimos restos de las murallas, la Llonja, o el
mismo Consolat de la Mar, exigen un respeto que no rompa la armonía
del conjunto.
Por supuesto que compatibilizar diversos usos en un espacio que
precisa una modernización no ha de resultar ningún impedimento para
que se guarde armonía y proporción en el proyecto definitivo. Cosa
que no parece probable con la previsión de tanta ampliación
planificada en los proyectos presentados, en los que se pone en
evidencia un desproporcionado aumento de la zona portuaria
destinada a mercancías y la creación de cientos de amarres para
embarcaciones deportivas.
Si hace veinte años ya se rechazó un superpuerto deportivo
frente a la catedral, sería absurdo que ahora se pudiese aprobar
otro proyecto que atente contra la fachada marítima de Palma.
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