Ayer, el Mari Cha III soltó amarras muy pronto. A las ocho de la
mañana ya no estaba en su sitio habitual de Puerto Portals. Así que
nos acercamos hasta la casa que el marchante de antigüedades, Mr.
Hirari, ha alquilado a los Miller -dicen que por diez kilos al
mes-, pero tampoco pudimos aclarar nada, ya que al acercarnos a la
verja «Mor» y «Discos» -un rotweiler y un ca de bestiar- nos lo
impidieron. Tampoco nos supieron decir si los habían visto llegar
al puerto próximo a la casa, desde donde en zodiac alcanzan el
velero, fondeado en las afueras, ni tampoco vieron éste. Así que, o
se fueron de muy de madrugada, o por la noche.
Pues bien, ¿qué hacemos ante tan árido panorama...?, nos
preguntamos, solos, en el pantalán donde el sol comienza a hacer
estragos. Sin respuesta concreta, al ir a buscar el coche, nos
encontramos con el cortejo. A ella no se la ve. Bueno, sí; asoma
sólo su melena rubia a través del cristal de atrás del deportivo.
Pero es un segundo, pues los escoltas y acompañantes, que terminan
por rodear el coche, nos lo impiden. ¿Es ella? Nos ha asaltado la
duda... que se disipa a poco que la vemos ¡Es! Rubia, alta,
elegante, estilizada, Esther Alcocer Koplowich, pasa la canastilla
en la que da a su hija al marinero para que la coloque sobre la
mesa de a bordo. Luego, con soltura, cruza la pasarela. Viste de
azul y no ha reparado en nosotros.
Antes de hacerse a la mar aguarda un rato. ¿Espera, acaso, a que
lleguen Alicia y Carmen, sus otras dos hermanas? No; al menos no
las vemos. A lo mejor están ya a bordo sin que las hayamos visto
subir.
Esther Alcocer Koplowitch es hija de Alberto Alcocer y Esther
Koplowich. De niña pasó bastantes veranos en el hotel Golf de Santa
Ponça con sus padres y tíos, Alberto Cortina y Alicia, y los hijos
de ésta. Eran tiempos, naturalmente, que a ellos aún no se los
conocía por los Albertos ni a ellas por las hermanas Koplowich. l
Pedro Prieto
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