Nunca un fenómeno astronómico había causado tanto revuelo como
el eclipse solar de hoy. Muchos analistas coinciden en considerar
que el estrépito social que se ha organizado se debe a la
coincidencia con el fin del siglo y del milenio. Quizá sea cierto,
aunque lo que ha quedado bien claro con todo ello es la inagotable
capacidad de imaginación y de elucubración del ser humano. Un
eclipse no es más que un fenómeno natural que desde la noche de los
tiempos ha despertado interés, temor y curiosidad en el ser humano.
Algo lógico si se tiene en cuenta la situación que debía darse hace
miles de años, cuando el hombre contemplaba atónito cómo el día se
convertía en noche durante unos minutos tras ver desaparecer el
sol, al que adoraban.
Sin embargo hoy la situación es bien distinta. Todos sabemos a
qué se debe un eclipse, los medios de comunicación lo anuncian con
semanas de antelación y se produce un aluvión de información que
elimina cualquier atisbo de magia o de misterio en el asunto.
Por eso no dejan de tener cierta gracia "aunque también resultan
patéticos" los presagios que gentes de todo tipo y condición han
hecho en estos últimos días. El más sonado ha sido el del diseñador
Paco Rabanne, que ha profetizado con la mayor naturalidad que la
estación orbital Mir caerá sobre París y dejará la ciudad de la luz
convertida en un cráter estéril. Otros muchos han anunciado el fin
del mundo, grandes epidemias, inundaciones y toda suerte de
catástrofes. Las altas jerarquías católicas han proclamado que
nadie sabe cuál es la fecha del fin del mundo y sacerdotes de
distintas religiones rezan y meditan ante el día fatal.
Todo un rosario de tonterías que más parecen llamar al fanatismo
y la idolatría que a la sensatez y el sentido común que nos
permitirá contemplar un fenómeno espléndido que en contadas
ocasiones nos regala la naturaleza. Sin más.
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