Después de pasar unos meses de cierta tranquilidad en el tema
terrorista, las aguas vuelven a bajar revueltas en el río vasco.
Varias noticias han saltado a la palestra en unas pocas horas, y
todas ellas, inquietantes.
Por un lado, el panorama político en el País Vasco sigue
enrareciéndose día a día, con un distanciamiento cada vez más claro
e irreconciliable entre los partidos nacionalistas y los
centralistas. Y, por otro, la temible reorganización armamentística
de la banda terrorista ETA, que no hace sino dar piedras a los
partidos estatalistas para arrojar al tejado de los
nacionalistas.
La cuestión de fondo es de difícil abordaje en una sociedad
dividida a partes iguales entre ciudadanos que aspiran a tener una
personalidad propia como nación, diferente a la del resto del país,
y los otros, que prefieren mirarse en el espejo de España. Y, en
medio de todos ellos, el terrorismo que, aunque de momento calla,
no ha dejado de respirar.
Se hace público ahora un documento firmado por ETA y
supuestamente suscrito por los partidos nacionalistas PNV y EA, en
el que la banda terrorista se compromete a mantener el alto el
fuego a cambio de que éstos configuren una entidad política que
agrupe a las siete provincias vascas históricas, incluyendo las
tres francesas y Navarra. Los partidos aludidos niegan su
participación en el asunto, pero los demás coinciden en que PNV y
EA han cumplido al pie de la letra las condiciones etarras. En
realidad, nada deben temer los partidos centralistas de una
institución semejante. Se trata únicamente de una vieja aspiración
nacionalista con pocos visos de convertirse en efectiva, pero de
mucho calado propagandístico. En una sociedad como la nuestra sólo
las urnas mandan y éstas darán la pauta a seguir en las
instituciones de verdad, las que gobiernan.
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