La historia se va escribiendo día a día y los ciudadanos de a pie
tendemos con frecuencia a olvidar los grandes acontecimientos que
ya están impresos en los libros. Por eso aquel 9 de noviembre de
1989 nos resulta muy lejano y las promesas, las esperanzas y la
euforia de entonces casi se han diluido en una década de cambios
vertiginosos en Europa. Nos encontramos hoy en un continente viejo
y unido, decidido a avanzar con el compromiso de no dejar a ningún
país de lado, incluidos los que un día no tan lejano estuvieron
ocultos tras el Muro de Berlín, un muro de la vergüenza que dejó de
existir ahora hace diez años.
Pero las cosas hoy se ven muy distintas. Aquel día todavía
miles, millones de europeos y sus dirigentes políticos miraban con
desconfianza la posibilidad de acabar con el muro. La historia
reciente de Alemania, la amenaza aún en pie del comunismo soviético
y la difícil perspectiva de unificar un país que llevaba cuarenta
años dividido eran motivos más que suficientes para dudar. Pero el
empuje al alirón de los presidentes otrora enemigos de la URSS y de
Estados Unidos "Mijail Gorvachov y George Bush" sacaron adelante un
proyecto que enseguida desató la euforia de los alemanes y del
resto de Europa.
Las familias se reunieron, la libertad volvió a instalarse en el
otro lado, se diluyeron las dudas y explotó la alegría, la
esperanza de una vida mejor.
Hoy, diez años después, la realidad confirma que no todo era de
color de rosa y que la adaptación de un gigante como Alemania "con
ochenta millones de habitantes" a su nueva vida iba a ser más
costosa de lo que parecía. El paro es en la antigua República
Democrática mucho más elevado, la calidad de vida es menor y los
alemanes del este aún no están a la altura de sus hermanos. Quizá,
después de todo, diez años no es nada.
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