Han tenido que pasar quince largos meses para que cuatro médicos
independientes dictaminaran que el dictador chileno Augusto
Pinochet no está bien de salud y sería demasiado duro para él
soportar un juicio en España. Y el ministro británico Straw ha
decidido «perdonar» al viejo genocida y enviarlo de regreso a su
país para que allí pueda vivir y morir tranquilo. Y eso sin
siquiera molestarse en hacer público el informe médico que
justifica su decisión.
La noticia estalló la noche del martes como una bomba y golpeó
en las conciencias de miles de personas de todo el mundo, pero
especialmente a los familiares de las víctimas de su terrible
dictadura. Amnistía Internacional ha resumido a la perfección el
sentimiento que la actuación británica ha provocado: «Han
convertido la Justicia en una burla».
Pero la cosa no queda ahí. Si bien Straw ha querido lavarse las
manos abriendo un período de siete días para que las partes en
litigio presenten sus alegaciones, el Gobierno español ya ha
anunciado que no lo hará porque, en realidad, Londres le ha hecho
un enorme favor al eliminar de un plumazo el incómodo asunto
Pinochet.
Es de prever, pues, que el ahora senador vitalicio regrese a
casa en unos pocos días y allí resulta más que dudoso que los
jueces tomen alguna iniciativa al respecto. Lo más probable es que
el responsable de la muerte atroz y las torturas de miles de
personas inocentes goce de un retiro de oro rodeado por los suyos
en completa paz.
Si de algo, al menos, han servido estos quince meses de encierro
londinense será para que el dictador conozca de cerca cómo funciona
una democracia, qué son las garantías procesales y cómo trata un
país libre a sus presos. Al menos a los de alta jerarquía.
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