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Tres décadas después de que el siniestro golpe de Estado de Augusto Pinochet derrocara "previo bombardeo del palacio presidencial de La Moneda" el régimen de Salvador Allende, nuevamente un socialista, Ricardo Lagos, será investido presidente de Chile tras las elecciones celebradas el pasado domingo.

La designación de Lagos no ha sido fácil, pues ha vencido a su oponente derechista por un estrecho margen de votos, lo que significa que el país andino sigue dividido en dos vertientes, algo que ya se había hecho evidente a raíz de la detención en Londres del ex dictador.

Ahora que el Reino Unido prácticamente ya ha denegado la extradición de Pinochet a España, la única esperanza de los demócratas es que el militar sea juzgado en su propio país, donde se han presentado más de medio centenar de denuncias contra él. Difícil lo tiene el nuevo presidente con este asunto, pues si bien ha manifestado su intención de modificar algunos puntos de la Constitución de 1980 que dictó Pinochet a su propia imagen, también es cierto que sus relaciones con el estamento militar son tan tensas que no parece factible que se atreva a un enfrentamiento directo con quienes tienen las armas en la mano.

Lo cierto es que, una vez elegido presidente de la nación, miles de seguidores le aclamaron al grito de «¡juicio a Pinochet!», lo que demuestra que una parte de la población chilena "y la totalidad de los miles de exiliados" exige que no se ponga un punto final a esta cuestión y se encare judicialmente con todas las consecuencias. Lagos, menos decidido, se muestra partidario de que sea el Poder Judicial quien decida, aunque en su primer discurso "en el que habló de la necesidad de mirar hacia el futuro" tuvo un emotivo recuerdo para Allende y sus colaboradores asesinados.