De forma muy excepcional surgen políticos que logran hacerse con
las simpatías no sólo de los suyos, sino también de la oposición y
de un buen número de ciudadanos, generalmente por el halo de
honradez del que hacen gala. Acabamos de perder a uno, en el
sentido político. Se trata de Manuel Pimentel, ese joven ministro
de Trabajo que, aunque había anunciado recientemente que no
volvería a presentarse a las elecciones, ha decidido "a sólo tres
semanas de la cita con las urnas" abandonar su prometedora carrera
pública dimitiendo en un último gesto que le honra.
A este ministro le habían apodado ya «el ministro del empleo»,
porque hasta ahora los que habían encabezado esa cartera se habían
conocido como «ministros del paro» y él había logrado el milagro de
hacer buenas migas con los sindicatos y con la patronal siendo del
Partido Popular. Se le apreciaba quizás más fuera del Gobierno que
dentro, aunque él ha negado que se vaya por diferencias con sus
compañeros de equipo. Lo hace para limpiar la imagen de un
Ejecutivo salpicado por un presunto caso de corrupción, algo que
seguramente no conseguirá empañar la campaña electoral porque si
algo ha demostrado este Gobierno de José María Aznar es su
valentía, su determinación y su rapidez a la hora de atajar los
escándalos que le han surgido.
Se despide Pimentel y con él se va el personaje que mejor ha
representado el papel de político centrista en este Ejecutivo de
derechas. Su talante negociador, su decidida posición en favor de
los inmigrantes con motivo de la aprobación de la Ley de
Extranjería y los sucesos de El Ejido y sus logros en empleo y
pensiones han hecho de él un ministro conocido, respetado y que, de
ahora en adelante, se echará de menos.
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