Detrás de cada persona hay unas vivencias, una historia que, en el
caso de los inmigrantes, suele ser dramática. Son personas que han
abandonado su vida anterior, todo lo que conocían, por otra
oportunidad, por un sueño en una tierra que no siempre es la
prometida.
Este es el caso, por ejemplo, de Ibtissam, una joven marroquí
que ayer acudió a la Delegación de Gobierno para regularizar su
situación en Mallorca. Ibtissam llegó hace un año a la Isla y desde
entonces no ha podido encontrar trabajo, «hasta que no me den los
papeles no voy a poder valerme por mí misma. He venido aquí
buscando una vida mejor, pero de momento no la he encontrado».
Junto a ella permanece Chafira, una amiga de la misma nacionalidad
que ha tenido más suerte, ella tiene trabajo cuidando a una señora
y está «legalizada», pero también recuerda el miedo que pasó hasta
que consiguió la residencia.
Más tranquilos estaba el matrimonio formado por la keniata
Belinda Kinau y el extremeño Gabriel Grajera. Llevan siete meses
casados más dos años de novios y esperan que esta convocatoria
especial de regularización les dé el ansiado permiso de
residencia.
«He sufrido mucho por este papel porque en Kenia no vivía bien,
pero ahora mi vida ha cambiado».
A la mayoría de los emigrantes el trámite burocrático les parece
«poca cosa comparado con lo que teníamos que hacer antes» y, aun
así, los argentinos Leo y Dani tuvieron que regresar hasta tres
veces al mostrador de los impresos porque siempre les faltaba un
documento. «Estamos hartos de escondernos y de ser ilegales. Antes
era más complicado porque le entregabas los papeles a la empresa
donde trabajábamos y, como eran tantos, no querían hacerlos. No
querían meterse en problemas». Ahora después de un año y medio,
ambos esperan encontrar un buen trabajo en lo que les gusta:
monitor de gimnasia y diseñador gráfico, y abandonar, «si es
posible», la construcción.
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