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Dirigida hacia el cielo y oteando el mar, la torre de Ses Ànimes otea desde tiempos inmemoriales uno de los enclaves más bellos de nuestra isla. Por sus sendas y con el silencio de la línea confusa del mar allá lejos, todavía conserva una soledad esperanzadora y una fragancia antigua albergadora de misterios. Los mallorquines nos conformamos con un «deixa't anar, tanmateix» al comprobar los dislates que se llevan a cabo en cada uno de los rincones de nuestra tierra por parte de quienes, insensibilizados con un patrimonio que es de todos, venden al diablo nuestras parcelas de paraíso en la tierra.

Sin embargo, podemos dar gracias a las ánimas errantes en aquel enclave de que todo esté aún donde debiera y que sigan siendo muchos los visitantes que dejan el coche en la pequeña explanada para acercarse a esta construcción defensiva del siglo XVI, otear el grandioso paisaje y captar la serena belleza de la postal en papel fotográfico. De todos modos, es ésta una «Imagen de Ayer» porque nos habla de una Mallorca que ya no existe y que resta congelada en el tiempo y la memoria.

Eran otros tiempos, aquéllos en que no había ni un trozo de tierra sin cultivar y el asno era un fiel e incansable colaborador del hombre del campo. Vio mermada el paciente cuadrúpedo su actividad, su sufrida condición, cuando las máquinas vinieron a reemplazarle en su trabajo y los turistas a relegar la agricultura a una actividad marginal.