Contra todo pronóstico el euro no deja de perder valor frente al
dólar estadounidense, de forma que ahora mismo los europeos tenemos
que pagar más de 185 pesetas por un billete verde americano. Algo
insólito que los expertos no consiguen explicar demasiado bien.
Porque podría entenderse este fenómeno si la economía de Estados
Unidos marchara a todo tren mientras la de la zona euro sufriera
una recesión. Pero eso no está ocurriendo. Las cosas en
Norteamérica van viento en popa, pero tampoco en Europa nos estamos
quedando atrás. La economía está boyante, en España mismo, por
citar un ejemplo, los precios se contienen, el consumo es más que
sano y el paro baja a ritmos casi desconocidos. Y lo mismo ocurre
en los países de nuestro entorno que se guían por las pautas
económicas que marca Bruselas. Nada hacía prever este continuo
bajón de la recién estrenada moneda única.
De forma que las autoridades del Banco Central Europeo se han
visto obligadas esta semana a lanzar un mensaje tranquilizador a la
opinión pública: «El futuro del euro es el de una moneda fuerte»,
dicen. Pero no añaden cómo piensan conseguirlo.
Por el momento los europeos estamos empezando a padecer las
consecuencias de esta situación: los tipos de interés acaban de
subir en la eurozona y no se descarta que continúen haciéndolo,
colocando sobre los hombros de millones de españoles una mayor
carga por sus hipotecas.
No parece que los economistas, ni siquiera los políticos, tengan
la receta mágica que corrija estas deformaciones de la economía
entre los dos continentes. Y mientras todo siga igual, los países
europeos tendrán que resignarse a pagar a precio de oro todo
aquéllo que se importa en dólares, como el petróleo. Y a vivir con
la constante amenaza de un aumento de los precios.
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