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Después de un paréntesis en el que parecía que el proceso de paz para Irlanda del Norte estaba definitivamente condenado al fracaso, las cosas vuelven a encaminarse en la dirección adecuada en aquel país. El sábado, los terroristas del IRA anunciaban su disposición a entregar las armas, algo que debería ser motivo de satisfacción y alegría para el común de los mortales, pues podría significar que nunca más una vida se perderá de forma estúpida en aquellas tierras. La promesa, que podría parecer un farol de la banda todavía armada, parece tomar densidad al ir acompañada de un compromiso para iniciar el proceso de inutilización de sus arsenales en el plazo de unas semanas. Lamentablemente, ese camino iniciado por el IRA está muy lejos del que ETA se empeña en mantener. Después de descubrirse el engaño de una tregua en falso, la banda terrorista ha decidido emprender una campaña directa contra periodistas que se han manifestado, como la mayoría de la sociedad española en general, y vasca en particular, en contra de la violencia. El asesinato de un periodista es un crimen contra la libertad de expresión. Mientras la lucha contra el terrorismo se estanca en España por culpa de inútiles enfrentamientos entre el Gobierno central y el vasco, los gobiernos británico e irlandés han dado un primer paso para restablecer las condiciones que permitan devolver la vida a un proceso de paz moribundo y anunciaron la pronta rehabilitación de las instituciones autonómicas en la provincia, suspendidas desde febrero pasado por enfrentamientos entre ambos bandos. La situación en Irlanda y en el País Vasco guarda ciertos paralelismos, pero mientras Euskadi dispone de unos mecanismos de autogobierno de los que había sido privada Irlanda, la esperanza de paz está asentándose allí mientras aquí se cierran todas las puertas. La violencia de ETA encuentra terreno abonado en la crispación política.